El estado nación
agoniza. Queda de él la cáscara y algo de fanfarria, algunas liturgias y un
sentimiento de adhesión a una cultura, una historia y un territorio. Poco más. El
hijo de las tres revoluciones (la liberal, la burguesa, la industrial) no ha
resistido los envites de una época en la que el poder económico se ha puesto el
mundo por montera. Los límites geográficos son para las personas, nunca para
unos capitales que van, vienen y se depositan solamente en las casillas de
valor seguro. Los estados asisten inermes a su estrangulamiento. Sus gobernantes
se dividen en dos: los que son como ‘nuestro’ De Guindos, encantados de que
así sea y los que, como el griego Varoufakis, terminan asumiendo que es así,
que la alternativa a un trago de quina es beberse la botella entera. Unos como
‘la bien pagá’, los otros como dóciles
corderitos, son los últimos exponentes de un mundo que asienta, cada vez más,
los centros de decisión en los sillones de piel de los consejos de
administración de un puñado de grandes empresas.
Precisamente ahora
que nuestros dirigentes (o aspirantes a serlo) no hilan dos frases seguidas sin
agarrarse a la palabra ‘ciudadanía’, este término parido por los viejos
racionalistas se ha vaciado. Ha dejado de tener significado, porque esa
ciudadanía tiene sentido única y exclusivamente enmarcada en otro concepto, el
de soberanía. Con estados mínimos y bajo mínimos, sin medios ni capacidad para
retomar el camino de lo que fueron, los ciudadanos somos poco más que números aspirantes
a sobrevivir.
En estas
condiciones, los discursos que hablan de cambiar las cosas con tres o cuatro
medidas epidérmicas, los que nos piden que hagamos un ejercicio de fe y
esperanza y creamos que la solución radica en que ellos tomen las instituciones,
los que nos quieren hacer ver que tienen la capacidad para voltear la realidad
desde un gobierno yerran de raíz (o mienten). Girar el sentido de la historia
cuesta mucho más que depositar una papeleta. Mucho me temo que estamos en el
embudo de un tornado sin ser conscientes de la fuerza que este tiene.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-02-2015
Ya, ¿y que hacemos?
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