lunes, 10 de abril de 2017

NI DESCANSO, NI PAZ

No son pocos los que pretenden tomarse a broma su propia muerte y dejan constancia de ello con epitafios mordaces inscritos en sus lápidas, pero ninguno ha sido capaz de superar el humor tan sintético como corrosivo de la primera persona que decidió dedicar a un cadáver la fórmula del ‘descanse en paz’. Con tan solo tres palabras tuvo de sobra para definir la vida por contraposición: ese escaso tiempo que tenemos en el que el descanso es efímero; la paz, inconstante y la posibilidad de realizar el uno con la otra, una quimera. Vamos, que el desconocido autor de ese DEP, en el trance de la cercanía de su fallecimiento, bien podría haber escrito un AOQ –ahí os quedáis–, y haber añadido «que yo, por mi parte, terminé de sufrir». Bien pensado, sin embargo, no es malo que la vida sea así, una continua zozobra, un ir y venir compartiendo camino con lo inesperado. Precisamente por eso, siempre me sorprendieron dos afanes humanos aparentemente opuestos pero que respiran el mismo aire contaminado: la visión estática de la sociedad. Tanto da los que defienden el modelo en el que viven entendiendo que sus fallas son un mal menor como los que presentan una alternativa ideal a la que se aspira a llegar para, una vez alcanzada, permanecer en ella eternamente. Los primeros pretenden poner puertas al campo; los segundos, cambiar la fisonomía del campo para vallarlo después. Pero no hay tal; por más que Kant teorizase tratando de encontrar pautas que sirviesen para alcanzar una paz perpetua, la realidad demuestra que en la práctica no existe nada imperecedero, que los seres humanos no nacen aprendidos, que los logros sociales hay que reconquistarlos cada día y cada día de diferente manera, que lo que ayer valía, como el ábaco, hoy solo sirve para rellenar espacio en un museo antropológico. 
 Es difícil, por tanto, encontrar un dicho con mayor carga de falsedad que ‘si algo funciona, no lo toques’. El aserto tan solo tiene validez cuando queremos advertir a alguien de que no meta la mano en lo que no conoce muy bien, no vaya a ser que lo fastidie. Pero en buena lógica, la misma advertencia valdría si ese ‘algo’ no funcionase. Cuando el aforismo se extrapola a circunstancias sociales, pierde toda su validez sobre todo porque, aunque algo no se toque, todo lo de alrededor sí se va modificando de forma paulatina hasta que llega (siempre) el momento en que lo que antes pareció funcionar colapsa.
La semana anterior, en Zaragoza, Guitián, un defensa central, desempeñó durante un ratito las funciones de medio centro. Salió más que airoso del compromiso. Ese día, Leão, el titular habitual de la plaza en el Real Valladolid, estuvo bastante ofuscado y el cambió produjo una mejoría notable en el juego del equipo. Bien, debió pensar el padre Herrera, si aquel invento funcionó, mejor será no tocarlo y dejarlo como estaba. Pero las circunstancias, fútbol, vida, nunca son idénticas. Para que el Pucela hubiera seguido funcionando había que haber ‘tocado’ las cosas. Lo que una semana antes sirvió para frenar las acometidas mañas, siete días más tarde se ha mostrado incapaz de generar un juego medianamente fluido. La posición en el campo de Guitián fue la misma; pero los requerimientos, radicalmente distintos. El Pucela ganó, sí, y no es poco, pero lo logró gracias a dos certeros fogonazos porque juego hubo muy poco. No recuerdo en esta temporada ningún día en que los delanteros se mostraran menos asistidos y  los volantes más perdidos. Lo que hicieron de bueno fue gracias, ya digo, a su empeño individual, no como resultado de un juego coordinado.
El triunfo, por lo menos, servirá, menos mal, para que el resto de la temporada no sea para el descanso ni para la paz, para que todavía haya que sufrir. Hay vida.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-04-2017

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