martes, 14 de noviembre de 2017

A CABEZA LIMPIA

El nombre de Eusebio, en esto del fútbol, se relaciona en función de la generación a la que uno pertenezca. Para los menos jóvenes, la referencia les trasladaría a los años sesenta y recordarían al tremendo delantero mozambiqueño que goleaba como portugués. Los que somos menos mayores apuntaríamos a un chaval de La Seca que hoy entrena a la Real Sociedad. Si ese nombre se pronuncia en Valladolid, tanto da para una u otra generación, sin ni siquiera mentar que la cosa va de fútbol, Eusebio será aquel fino centrocampista que tras dejar aquí huella, partió de Zorrilla para mostrar su talento en los en los escenarios más reputados del fútbol mundial.  
Sin embargo existe otro Eusebio, este imaginario, que también tuvo su minuto de gloria: el brutísimo protagonista de un monólogo de Gila que murió cuando le iban a entregar el premio de un campeonato de fuerza. El hombre había conseguido tal galardón por haber partido una piedra de un par de cabezazos. La muerte le sobrevino por no tomar precauciones: golpeo al pedrusco sin la boina pertinente, a cabeza limpia. 
Luismi, aquí luciendo la camisola blanquivioleta, recuerda más a este que a aquel. Protege su cabeza, prescripción facultativa mediante, con un casco más propio de un pilier de rugby que de un centrocampista balompédico. Rezuma felicidad tras haber cabeceado el balón que supuso el gol del empate. Su mirada más fuerte que clara parece decir: a la siguiente, sin boina. 
Con los dedos dibuja un corazón que tendrá, seguro, un destino determinado pero que también sirve para definirle: en su juego la pasión se impone a la razón. Corre y corre sin parar. Si le pillara Gila diría que lo hace como los perros cuando empiezan la sesión de cohetes en la fiesta del pueblo. Va, viene, persiguiendo el balón como quien persigue sombras. Su labor como mediocentro debe ser la de zurcir, aglutinar el equipo en su torno para, ora encogerlo, ora estirarlo, dar un sentido colectivo al juego. Un sentido que por momentos se pierde pareciendo que cada cual va a la suya. Un peligro que se aviene, un peligro aún evitable.   

Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-11-2017

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