lunes, 16 de diciembre de 2019

¿DÓNDE ESTOY? ¿QUÉ HAGO AQUÍ?

Foto "El Norte de Castilla"
Salir de un coma, despertar de una anestesia, recuperar el ser tras haberlo perdido por un mareo o a consecuencia de un golpe supone una especie de reinicio de nuestros mecanismos cerebrales de la actividad consciente. En estos casos no nos enfrentamos a un súbito despertar, una sacudida del polvo de los pantalones y un continuar como si nada hubiera ocurrido, no, las neuronas se van engarzando tranquilamente, a su ritmo, tomándose el tiempo que consideran necesario.

En ese espacio de amnesia que transcurre entre la apertura de los ojos y la reubicación total, parece lógico pensar que, lo haga en voz alta o se lo guarde para sí, lo primero que pasa por la cabeza de alguien que sale de dichos aturdimientos son una serie de preguntas con las que ese alguien pretende toparse con pistas que le habrán de servir para reubicarse: ¿dónde estoy? ¿qué hago aquí? Incluso, si el desconcierto es superlativo, cabe un ¿quién soy? No sé si porque lleva un tiempo en coma –en coma, aclaro, no es muerto–, porque la ventaja ante los de más abajo le han producido un aletargamiento, porque la forma de conseguir los últimos puntos ha provocado una distorsión perceptiva o porque los palos por su desempeño en los últimos partidos le ha atolondrado, el Pucela deambula por la cancha transmitiendo la sensación de haber perdido el oremus, se mueve espasmódicamente como si las partes que forman el conjunto hubieran perdido la capacidad de relacionarse armónicamente entre sí.
De lo que se entiende por 'juego', de una idea colectivamente asumida respecto a qué hacer, no hay noticia. Sandro Ramírez es el epítome de esta situación. El hombre corre y corre, lucha y lucha, pero resulta que, siendo delantero, habiéndose formado como delantero, apareciendo en la pizarra como delantero, hace más kilómetros en campo propio persiguiendo sombras que los que corre atemorizando al rival en las inmediaciones de su portería. El canario mira al cielo esperando que caiga un maná que solucione el hambre de goles, pero lo del maná fue un designio arbitrario de un dios que quiso favorecer a los suyos. En la realidad, del cielo no cae ni pan, ni un balón en condiciones. Uno y otro, pan y balón, no llegan, se obtienen.
Sumido en tal desconcierto, el pobre Sandro, cuando observa al meta contrario a sesenta, setenta, ochenta metros, se debe de hacer las mismas preguntas que el comatoso, el operado, el mareado o el golpeado cuando vuelven en sí: ¿dónde estoy? ¿qué hago aquí? Incluso, por momentos, puede hasta recurrir al ¿quién soy? Aquella racha interminable de dos años sin marcar le pudo chinar;la de ahora es diferente, que no menor, porque el problema ya no consiste en no atinar con lo que le llega sino en que no le llega. Ya no es cuestión de mala suerte, de no acertar con el número, es que este Valladolid no tiene ni décimos de lotería.
Una de las grandezas del fútbol consiste en que los aficionados podemos jugar al condicional interesado. Tras cada partido, olvidando algunas cosas, recalcando otras, nos lamentamos de lo que pudo haber sido. Si tal rival hubiera fallado, si nuestro delantero hubiera marcado aquella, hubiésemos ganado. El Pucela nos está quitando hasta ese recurso. Arrancamos la frase y después del 'si hubiéramos' no encontramos nada que rascar. La única condición a la que podemos aspirar es a un paupérrimo 'si no nos hubieran marcado' y así haber arrancado un empatito que justifique la forma de hacer. Ayer, quinta jornada seguida sin marcar, el Pucela no produjo ni media ocasión. La ocurrencia del día consistió en juntar a tres centrodelanteros, que es como poner más ruedas en un coche a la vez que se merma el número de caballos de potencia y la fuerza de tracción pensando que así correrá más. Para el optimismo solo queda recurrir a que del aturdimiento también se sale.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 15-12-2019

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