lunes, 1 de marzo de 2021

TRASIEGO VITAL

Nuestro trasiego vital deambula por un vasto territorio en el que el tiempo parece detenerse tarareando ‘la vida es eterna en cinco minutos’ o transmite la sensación de acelerarse al son de ‘veinte años no es nada’. Entre los años que se suceden aparentemente iguales al anterior, amenazantemente idénticos al que está por venir, de repente, asoma un instante que lo puede cambiar todo. Paradójicamente, tiempo después, sentimos que esos años anodinos se pasaron volando y que el parto de ese instante, el ínfimo tiempo que transcurre desde que rompe aguas hasta que da a luz el resultado, no parece concluir.

Veinte años tiene mi hijo, veinte que han sido un suspiro. Un mes antes de su nacimiento me habían practicado una colonoscopia. En la consulta del especialista -con toda la calma del mundo porque Alicia, aprovechándose de la tripa de ocho meses, había sonsacado a la técnico que realizó la prueba que todo estaba en orden- se detuvo el mundo:

-Las cosas –me dijo el médico- ya no son como antes. Ahora, su diagnóstico tiene más de un 50% de posibilidades de supervivencia.

Lívido, incapaz de reaccionar racionalmente, con la misma sensación de vulnerabilidad que un portero cuando observa cómo el balón se cuela inexorablemente en su portería, solo pude balbucear que el dato tampoco era para estar feliz, que hasta ese momento contaba con el 100%.

El médico pretendía lanzar palabras que atenuaran el shock. Alicia le detuvo recordándole lo que le habían dicho en el momento del examen. Él se puso en pie y salió apresuradamente de la sala.

-Denme un segundo.

Una eternidad. No ha habido espera en que el reloj se moviera de forma más lenta en toda mi vida. El médico volvió sacudiendo un papel. En lo que realizó tal gesto y hasta que se arrancó a hablar tuve tiempo de copiar tres veces el Quijote. Observas cada giro del balón, te da tiempo a contar las vueltas que da, a todo menos a hacer algo que detenga el siniestro.

Pero, de la misma forma en que un instante puede cambiar todo, a veces, no modifica nada.

-Perdonen -se dirigió a Alicia-, tenía usted razón, me había equivocado de informe. Nada de qué preocuparse. Los sangrados son debidos a una pequeña fisura.

Vuelta a la casilla de salida: el balón esta vez dio en el poste. El partido sigue, y sigue en la misma situación que antes del disparo.

Al salir, pensé en la persona a la que correspondía aquel primer informe. “¡Ojalá no haya estado aquí antes y se haya ido a casa pensando que tenía una simple fisura! A ver si ha tenido suerte y su cita está prevista para después”. Porque no es lo mismo recibir un golpe que te devuelve los malos presagios cuando ya estás celebrando una victoria que recibir un diagnóstico similar sin haber abierto la carpeta de las expectativas. Lo segundo te ofrece la posibilidad de agarrarte a que tu esperanza de supervivencia está en la mitad. Lo primero, te hunde en la miseria.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-03-2021

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