sábado, 6 de marzo de 2021

TRIUNFO EN ‘HOUSE’

Desde el marzo pasado ando sin tele. Bueno, tele hay, lo que falta es un mando para sintonizar el TDT. Previamente, me limitaba a los canales básicos, los de gratis. Antes de la desconexión, y después también, varios amigos me ofrecieron acceso a diversas plataformas de pago. Siempre dije ‘no’. Prefiero -decía tras darles las gracias- vivir sin tele. No lo entiendan como una declaración fatua de superioridad moral; no es sino una asunción de mi debilidad, de mi incapacidad para decirme ‘no’. La misma flojera de espíritu que me impide comprar más jamón del razonable para comer en una tarde. Hasta que las restricciones debido a la COVID y la necesidad de ver los partidos del Pucela no me dejaron otra. Al principio, ‘los Robles’ cubrió el vacío del no poder acudir al estadio o a la redacción. Cuando tampoco se pudo ir a ‘los Robles’ tuve que revocar el no a Ana y Pipi, que ofrecían futbol en el lote. Claro, con la puerta abierta (Ana, Pipi, cielos) pues me puse con partidos de otros equipos… y con House.

Recordaba esa serie, en su momento vi algún capítulo, pero no la seguí. Me quedé entonces con lo accesorio, ese falso dilema que proponía elegir entre un médico genial a la par que atrabiliario y uno de trato cordial pero menos eficiente. Similar a aquel que plantea como alternativas jugar feo y ganar o bonito y perder. En realidad nada obliga a pensar que esas parejas tengan que ir de la mano. Nada evita que alguien pueda ser a la vez cretino y mal médico. O todo lo contrario, y salirnos un Yepes de la vida. 

Vista una temporada, quitado el accesorio dilema, aflora una reflexión sobre los límites del conocimiento, las fronteras de la posibilidad de intervención. House postula algo similar a una frase que escribí otro día por aquí: la medicina es una ciencia exacta, ocurre que queda todo por saber. Su material de estudio, nada menos que la vida humana, es tan complejo que resulta inabordable. La aparente inexactitud no es más que desconocimiento.

En el fútbol, como en la medicina -por eso de ambos todo el mundo opina-, el resultado final, el global y el de cada acción concreta, es la consecuencia de una infinidad de factores controlables unos e incontrolables otros. La labor de un entrenador consiste en manejar los primeros y minimizar el riesgo inherente a los segundos. La de un jugador, no ser responsable de los segundos y aplicarse en los primeros. Joaquín y El Yamiq trazan en su rostro los renglones del desasosiego, pero muestran preocupaciones diferentes. El andaluz ha errado en lo previsible. Mata hizo lo que se esperaba, recortar para acomodarse el balón a su derecha, y él se comió el engaño previo. Los síntomas eran conocidos pero erró en el tratamiento. En el movimiento de sus labios, en sus dientes apretados, se lee un culposo “la he ‘cagao’”. El marroquí es responsable de introducir un factor incontrolable. Fue a donde correspondía e hizo lo que debía. La pelotita caprichosa le golpeó y acabó dentro. No muestra menos pesar, pero es consciente de que nada puede reprocharse. De su boca abierta sale un “vamos, no me jodas”, o como se diga en árabe.

El final con triunfo disolvió penas. Nos olvidamos hasta de ese gol en contra. Mañana se hablará menos de Sergio. Con el enfermo sano, ¿quién se acuerda de los desplantes del médico?

Ana, Pipi, veo House, pero es solo para escribir esto.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 07-03-2021

No hay comentarios:

Publicar un comentario