sábado, 31 de diciembre de 2022

TENEMOS LOS PIES A LA MISMA ALTURA

Creo recordar que escuché la cita al respecto de Maradona. Alguien que en los albores del genio argentino dudaba de su potencial argumentaba que era demasiado poca cosa, que en el campo se lo comerían. El interlocutor, con fe ciega en lo que 'el Diego' podría ofrecer, sonrió con cierta condescendencia y replicó «al fútbol se juega con los pies y esos todos los tenemos a la misma altura». El futuro al respecto de Maradona dio la razón a este último, pero no tanto a su desdén por el valor del 'tamaño' de los futbolistas. La calidad de los genios no sirve –porque aparentemente las desmonta– para sustentar teorías destinadas a la comprensión de lo que ocurre entre seres más terrenales.

Comprobar la diferencia física entre los jugadores del Pucela y los del Real Madrid te dejaba un poco encogido, achantado. De la futbolística también, pero esa ha estado históricamente presente y, de tanto en vez, no ha impedido al fútbol gastar alguna de sus bromas. El Madrid ha optado por este camino y cada jugador que se incorpora al equipo, amén de no desmerecer por talento futbolístico, emula el cuerpo de un armario ropero. De arranque daba la sensación de que estábamos ante un partido de COU contra 2º de BUP. Choques, saltos y carreras tenían siempre un vencedor vestido de negro.

El Pucela, tras un ejercicio de supervivencia, supo rearmarse. Antes, supo saber que el asunto trataba de sobrevivir. De aguantar y salvar el pellejo. En las primeras jugadas, como tentando a la suerte, insistía en salir desde atrás con el balón jugado. A mi cabeza acudió el esperpento de Barcelona. De repente, dejó de pasar de forma sistemática. Ahora, tan pronto optaba por tocar como por desplazar. Siendo más imprevisible, perdió la timidez y fue encontrando salidas.

Emergió entonces un protagonista habitual cuando el Real Madrid pierde pie, la mano que lo reflota: Thibaut Courtois, un portero de sobriedad contracultural en un club donde lucieron los Miguel Ángel, Buyo, Casillas o Navas. Le costó, pero se impuso la evidencia. Es tan mejor que no tiene sentido discutirlo. Sus dos paradas a Aguado y León, intervenciones con valor partido, fueron descomunales. De 10, si se votara como en gimnasia o saltos de trampolín.

Hasta que llegó la jugada que decidió todo. Son más fuertes, más altos, rematan todo. Y en ese todo cabe un accidente. Una mano. Un penalti. Un gol. El fin de cualquier esperanza.

Hasta la siguiente ocasión. Que penas y alegrías pronto se desvanecen.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 31-12-2022 

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