El hombre agarraba un balón con las dos manos simétricamente
colocadas a la altura de la barriga y lo propulsaba una y otra vez contra el
tablero, supongo que con la pretensión de que la pelota, de vuelta, entrase en
la canasta. No es que no lo lograse, no atinaba ni con el ‘haro’. Sonreí con la
chulería propia del adolescente, con el desprecio de quien desconoce el sentido
del pasado. Este, musité en busca de la carcajada general, no ha hecho deporte
en su vida.
Ya en clase, Don José nos remitió al salón de actos. Allí,
en lo alto del escenario, el señor de las canastas departía con un par de
frailes. Micrófono en mano, lo presentaron. “Chicos, hoy nos visita Mariano
Haro, el mejor atleta español de todos los tiempos”. Tierra trágame.
Cuarenta años después, ya no ostenta ese título, mantiene,
eso sí, el de pionero, el que engalana a aquellos que no llegaron tan lejos
como alguno reciente, pero abrieron el camino. Sin el “Jerusalem” de William
Blake, sin la banda sonora de Vangelis de fondo, sin carros de fuego que
arrastren al cielo, Haro dispuso lo que había: Becerril, Tierra de Campos a
través, y él mismo: meseta y piernas. Correr sin desmayo, acompasando zancadas,
con el rostro castellanamente serio. Tal que el padre de cualquiera de nosotros.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 30-07-2024
Cuando uno recuerda a Haro le vienen a la mente los atletas etíopes, argelinos kenyatas, etc. de estos días que no necesitan grandes parafernalias ni musicales ni literarias sino las piernas, una estrategia física, su propio esfuerzo y seguramente la experiencia de recorrer las zonas donde han vivido toda su vida.
ResponderEliminarTal cual...
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