sábado, 2 de noviembre de 2024

TRISTE EXPRESIÓN DE LO NO IMPORTANTE

Una vez que ya sucedía a otra, otra nueva que sucede a la anterior y que ineludiblemente será sucedida por otra, que a su vez se sumará a otra y otra y otra conforman, como los ajos de una ristra, como las cuentas de un rosario, una sarta sin fin de patentes demostraciones de inferioridad. Sin fin porque todo apunta a que no será la última de la serie, porque no atisbamos la posibilidad de reversión. Bien pensado, de las cuentas de un rosario sabemos que se acaban tras cincuenta avemarías, que tras cada retahíla de diez –una separación, un remanso, un descansillo– se recupera el resuello. Entendimos, entendí, quise entender que el partido de Vitoria habría de ser un vaso de agua, un poco de aire, el punto de apoyo para mover la tierra que frenaba sus pies. Quia. Vana ilusión. Resultó, sin más, el oasis atisbado en un espejismo, la pausa entre el primer y el segundo misterio, un margen para retomar la hilera apenas interrumpida.

Ante el Villarreal, quizá por la entidad otorgada al rival, la luz reflejada de un marcador ajustado escondió el rayo incidente de la derrota, del avasallamiento. Pensamos, pensé, quise pensar, que el Pucela continuaba erguido, que había mantenido la compostura. Pero no. El rosario continuaba por más que el primer avemaría hubiera sonado bajito. En Pamplona ya desapareció el espejismo, ante los ojos arena, arena, arena. La puesta en escena se asemejó a la de cualquier partido de las primeras rondas de Copa en las que un animoso equipo de Preferente, un Astur, un Villamuriel, se achaparra en el empeño de detener las acometidas de un Primera. Peor, el Pucela carecía de la ilusión del que nada tiene que perder; manifestaba un espanto atenazador, un miedo a que algo suceda que te impele a obrar de forma que propicias el que suceda ese algo.

Eso sí, de nuevo el marcador mintió: no reflejó la diferencia entre un Osasuna eufórico y un Pucela occiso. Los dígitos finales se aliaron con el Real Valladolid. Le trataron con mimo. O no, el embuste no favorece, conviene más ser consciente de los síntomas para conocer el riesgo, para tomar medidas, para huir de las excusas. Ya sabemos, «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio». Escudarse en la cortedad del tanteador, en que el gol rojillo fue de penalti, en que se pudo pitar uno a favor, eximiría a los blanquivioletas de responsabilidad. La sima es mucho más profunda que un lacónico 'unocero'. Incluso la aparente mejoría de la segunda parte, quizá ya lastrado por el desánimo, amedrentado por la sucesión de acercamientos locales, no me pareció más que el resultado de una trampa tendida por los navarros para aligerar la defensa rival y facilitar sus estampidas.

La verdad que no tiene remedio indica que el Valladolid, por plantilla, por armazón, es inferior a la mayoría. Asumir que esa inferioridad anula la intención, no rebelarse ante una jerarquía movediza, cierra cualquier expectativa. Y dibuja en tu cara un «bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión que no es tristeza». Que no es tristeza porque esto es un juego, porque la realidad cruel nos ha mostrado la verdadera cara de la triste tristeza.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 03-11-2024

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