jueves, 29 de octubre de 2009

TEJIENDO BRAZADAS

Buena parte del camino entre la capital y Sardón discurre paralelo y contracorriente a la línea de agua que es, a la par, el eje que vertebra el campo de cigarras castellano y su excepción. Ese tramo adolescente del Duero acompañó las fantasías de la niña que habría de hacer del agua, troceada en ocho calles, la línea por la que transita su vida. Esos escasos treinta kilómetros eran la frontera, una puerta entre la jaula y la libertad que Henar Alonso-Pimentel franqueaba siempre que estaba en su mano acudir al pueblo que adoraba. La niña Henar practicaba todos los deportes porque todos le gustaban aunque lo suyo, creía, era el baloncesto. Nada extraño para una chica tan alta y con tal capacidad de coordinar, en la tierra y en el aire, los movimientos de su cuerpo. Sin embargo, una prima le invitó a una piscina cubierta y el agua, también, se enamoró de su sincronía. Tenía apenas diez años. Poco después ganó una prueba de cincuenta metros mariposa. Parecía que el noviazgo se consolidaba pero, como en toda historia de amor que se precie, surgieron esas pruebas que rompen o cuajan una pareja. Una neumonía rompe, durante un año, la incipiente relación. El señor Alonso-Pimentel, por otra parte, no aprueba -ni impide, eso sí- la decisión de su hija. Prefiere que se dedique a un deporte de equipo.
Henar se recupera y compagina la natación -entrenaba en el Medina SF al mando de quien hoy dirige el hospital Clínico, Carlos Fernández- con el baloncesto que practicaba en el GRUFARE y en su colegio, Las Francesas, donde, a veces, coincidía con otro niño: Porfi Fisac que ya hacía sus pinitos como entrenador. Llegó a ser convocada por Mario Pesquera para una selección alevín que nunca se llegó a concentrar.
La elección definitiva de la primera en ese tira y afloja con el basket tuvo un nombre, el pope de la natación vallisoletana Ramiro Cerdá. Tal era su empeño en que Henar se dedicase en exclusiva a este deporte que, tras ver las orejas al lobo en un momento de ingenua locuacidad del baloncestista Samuel Puente, trató de acaparar su voluntad. Eran las postrimerías del verano, tiempo de libertad en  Sardón, poco después de concluir la temporada de natación, y  Ramiro le prohibió jugar al deporte de la canasta. La  adolescencia es el tiempo en que la rebeldía y la sumisión se baten en duelo. Lo primero que hizo Henar fue ir a la pista de baloncesto, lo siguiente, volcarse en la natación. No sabemos lo que hubiera conseguido en el parquet, pero sí que de esta forma se empezaron a escribir marcas en el libro de los records y su nombre en el palmarés de las campeonas de España de cien y doscientos metros braza.
La vara de medir de hoy, la de un país que acumula un ingente número de deportistas entre los más destacados del planeta, hace poca justicia con los pioneros y, menos aún, con las pioneras. Más aún en la natación, un deporte en el que hasta anteayer los pocos que destacaron eran hombres que, además, siendo hijo de españoles, habían desarrollado sus vidas en otros países. Ni la natación era deporte de mujeres ni había una infraestructura que permitiese la formación. Visto así, sorprende menos que Henar nunca participase en unos Juegos Olímpicos. En Moscú no había más participación femenina que la de las chicas que formaban el cuarteto de relevo y a Los Ángeles, estando clasificada, no pudo acudir porque la cuota de la natación femenina la acaparaba el equipo de natación sincronizada.
Entre medias obtuvo una beca de la Real Federación Española para entrenar en Mission Viejo, un centro situado en la Baja California en el que entrenaban nadadores de muchos países, entre otros el balear Rafael Escalas con quien entabló una relación de amistad que marcaría,  posteriormente, su presente profesional . También allí conoció a Diane Ursin, quien, ante la retirada de una bracista de su equipo, intercede con su entrenadora en la Universidad de Arizona para que se  ofrezca a Henar una beca por cinco años como deportista de élite. Henar se plantea, tras un pésimo año en el aspecto competitivo, seguir o volver.
Tras el Campeonato de Europa celebrado en Roma decide aceptar la beca y se matricula en Ecología y Evolución Biológica. Según pasaban esos años, la chica deportista va dejando paso a la mujer investigadora. El punto y aparte se produjo en 1986. Solamente le quedaba el trabajo de investigación para terminar la licenciatura y las horas de entrenamiento se habían reducido drásticamente. Los días tenían muchas horas y la agenda pocas obligaciones.
Con el fin de convalidar sus estudios decide realizar un máster pero, en breve, cambia los planes y prefiere doctorarse. El desierto de Sonora será el destino. Las especies de moscas cactofílicas serán el objeto de su estudio, quería saber el porqué del aislamiento sexual de algunas especies. Le costó un año por cada letra de la palabra doctor. Amplió la formación con dos postdoctorados y regresó a Valladolid en 2001.
Empezó alguna aventura empresarial relacionada con la natación hasta que, de la mano de Rafa Escalas, se incorporó a la empresa TURBO INC, tras varias vicisitudes que surgieron a partir de la polémica que se adueñó de su deporte (el tejido con el que se fabricaban los bañadores) terminó siendo ella quien homologara lo que entra dentro de los parámetros permitidos y lo que no. Al mando de Rainbowwear, además, investiga, fabrica y exporta casi todo el material que produce. Bañadores, por supuesto.
Esta mujer, loca por los aparatos tecnológicos, esconde, en su cuerpo de pívot, el alma de sirena. Ya no bracea pero su cabeza no descansa.

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