viernes, 6 de noviembre de 2009

EL INTERESADO DESPRESTIGO DE LA POLÍTICA

Son dos anécdotas de sobra conocidas pero ilustran a la perfección lo que quiero contarles. La primera de ellas tiene como protagonista al dictador Franco, le sitúa en su despacho, frente a él un alto cargo de su gobierno se lamentaba de las vicisitudes a las que se veía sometido.

Son dos anécdotas de sobra conocidas pero ilustran a la perfección lo que quiero contarles. La primera de ellas tiene como protagonista al dictador Franco, le sitúa en su despacho, frente a él un alto cargo de su gobierno se lamentaba de las vicisitudes a las que se veía sometido. El tirano, con su voz atiplada, le aconsejó: Haga usted como yo, no se meta en política. Ahí es nada para quien se adueñó ‘manu militari’ de España y la sometió durante cuarenta años a sus designios. En la segunda, el protagonista es un discípulo de aquel, el inefable Manuel Fraga. Cuando le preguntaron por su concepción de la política replicó diciendo que era algo tan feo que hasta las suegras se llamaban así. Curiosa apreciación cuando viene de alguien que, lustro arriba, lustro abajo, lleva medio siglo sin apearse del caballo. Vienen a cuento porque la política está cada día más desprestigiada. Los innumerables casos de corrupción que estamos conociendo sumados a los comportamientos poco edificantes de muchos representantes políticos, han contribuido a ello. Las personas del común sienten cada día más desapego por la política como corolario de la actitud de estos representantes.

Esta actitud general me produce sensaciones ambivalentes; por un lado es absolutamente comprensible en medio de la que está cayendo, por otro me enoja la pasividad con la que se toleran los hechos que están aconteciendo como si de una nevada en invierno se tratase. No es casualidad que así sea. Se ha cerrado un círculo que interesa a los más poderosos. Con el desprestigio de algunos ‘políticos’ se ensucia toda actividad digna de tal nombre, de esta forma se aleja a los ciudadanos de su responsabilidad, se estigmatiza al todo por la parte exponiendo que todos son iguales y, a mayores, se da a entender que los hechos delictivos son resultado inexorable de la actividad política, inoculando así el virus de la pasividad social. Con este escenario hemos anulado la capacidad reactiva de la sociedad ante el robo del debate sobre el bien común. Los partidos políticos son, a la vez, rehenes y cómplices de esta situación. Tienen el mandato constitucional de ser organizaciones democráticas pero en realidad están tiranizados por un valor antagónico: la unidad. No hablo de la unión, un elemento deseable en cualquier organización, y que se puede entender como la suma de fuerzas en la misma dirección en busca de los objetivos políticos que dan naturaleza a cada partido. Hablo de la unidad entendida como sumisión al directorio so pena de ser tratado como traidor a quien no sigue las consignas indicadas. Bajo esa amenaza se han escondido críticas certeras que hubieran enriquecido a las organizaciones que, insisto, lejos del mandato constitucional, se han convertido en maquinarias electorales sometidas a los hechizos del marketing. La corrupción no es, por tanto, causa de nada sino resultado de una visión desangrada de la política que permite a los arribistas campar a sus anchas con el traje de personas respetables y que cuentan con la complicidad de muchas personas que se benefician de su latrocinio. En España, y duele escribirlo, la corrupción ha sido el tres en uno que ha desatrancado el engranaje de nuestro modelo productivo mientras dormíamos en los felices sueños del crecimiento. No nos preguntábamos el porqué mientras, por ejemplo, nuestras ciudades crecían sin sentido. Porque corrupción no es que uno se lo lleve de la bolsa común, eso es robo, sino un sistema del que muchos se benefician momentáneamente y del que todos, a la larga, salimos perjudicados. Tampoco nos podemos llevar a engaño, los políticos corruptos son la imagen especular de tanto mercachifle que atestó, especulando, de billetes sus bolsillos. Lo intuíamos pero, como el Lazarillo, callábamos. En el fondo eran admirados y envidiados. Su forma de vida caricaturizaba a una sociedad, la nuestra, plagada de gente cuyo sueño húmedo era ser como ellos. Urge recuperar la política. Hacerla de todos. Retrotraernos a su sentido originario y exigir la participación cotidiana en las decisiones que nos afectan. Muchos cargos políticos, sobre todo del Partido Popular, suelen referirse a sí mismos con esta expresión “desde que estoy en política…”. Refleja a las claras cual es su visión, la política es una profesión y como tal no tiene dedicar ni un esfuerzo si no tiene recompensa monetaria. Les propongo la opuesta. La que busca cauces de participación que nos permitan involucrarnos, la que nos abra la posibilidad de plantear propuestas y controlar a los elegidos. Eso también es mirar por el bien de nuestros hijos. Quizá la mejor herencia que podamos dejarles.

Artículo publicado en la revista "Delicias al día" el 06-11-2009

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