En los bloques de pisos viven personas. Construir más cuando el número
de habitantes permanece estancado implica que o bien no se llenen o si
lo hacen es porque otras zonas se vacían. Valladolid, no sólo, ha
aumentado de forma significativa su superficie edificada. Hoy la ciudad
es más ancha y más larga. Se construyen nuevos barrios que, como todo lo
nuevo, de inicio, reluce pero...
El crecimiento ha sido tan vertiginoso que no nos ha dejado tiempo para pensar. Hemos depositado en manos de promotores inmobiliarios el diseño de nuestras ciudades y éstas no han crecido en función del interés de las personas que las habitamos (y las que las habitarán, pues los efectos son para hoy y para mañana) sino que ha sido un crecimiento basado en el lucro empresarial. Una ciudad, su funcionamiento diario, es un mecanismo complejo que hay que mantener y este modelo de ciudad extensa, más allá de nuevas inauguraciones y sensación de novedad, provoca una serie de costes que ineludiblemente habremos de pagar incluso los que ven esa compulsión constructora como algo que directamente no les afecta. Me quiero centrar en tres aspectos.
En primer lugar cada barrio nuevo genera una dispersión de población. Muchos de quienes habitaban en los barrios clásicos acceden a una vivienda en una nueva urbanización. Ese proceso provoca que los servicios públicos construidos para satisfacer las necesidades hay que multiplicarlos, mantenerlos en los barrios de origen y crearlos en los nuevos. Dónde antes era necesario un colegio ahora se necesitan dos, donde antes un ambulatorio ahora dos, institutos, canalizaciones, mobiliario público, autobuses.... y sumemos los costes de mantenimiento y de personal. Todo ello sin un aumento de población. Hoy ya podemos ver cartas en los medios de comunicación escritas por personas enojadas que han ido a vivir a un barrio nuevo y reclaman unos servicios que no tienen. Habrá que ponerlos, habrá que pagarlos. Sirva de ejemplo, el alcalde presume del aumento de la flota de autobuses pero el aumento de la ciudad durante su gobierno es tal que las necesidades han crecido más. Tenemos más autobuses pero el servicio está menos cubierto y ese proceso, a medida que aumente esta dispersión ya que este proceso no ha concluido, será más notorio.
El crecimiento ha sido tan vertiginoso que no nos ha dejado tiempo para pensar. Hemos depositado en manos de promotores inmobiliarios el diseño de nuestras ciudades y éstas no han crecido en función del interés de las personas que las habitamos (y las que las habitarán, pues los efectos son para hoy y para mañana) sino que ha sido un crecimiento basado en el lucro empresarial. Una ciudad, su funcionamiento diario, es un mecanismo complejo que hay que mantener y este modelo de ciudad extensa, más allá de nuevas inauguraciones y sensación de novedad, provoca una serie de costes que ineludiblemente habremos de pagar incluso los que ven esa compulsión constructora como algo que directamente no les afecta. Me quiero centrar en tres aspectos.
En primer lugar cada barrio nuevo genera una dispersión de población. Muchos de quienes habitaban en los barrios clásicos acceden a una vivienda en una nueva urbanización. Ese proceso provoca que los servicios públicos construidos para satisfacer las necesidades hay que multiplicarlos, mantenerlos en los barrios de origen y crearlos en los nuevos. Dónde antes era necesario un colegio ahora se necesitan dos, donde antes un ambulatorio ahora dos, institutos, canalizaciones, mobiliario público, autobuses.... y sumemos los costes de mantenimiento y de personal. Todo ello sin un aumento de población. Hoy ya podemos ver cartas en los medios de comunicación escritas por personas enojadas que han ido a vivir a un barrio nuevo y reclaman unos servicios que no tienen. Habrá que ponerlos, habrá que pagarlos. Sirva de ejemplo, el alcalde presume del aumento de la flota de autobuses pero el aumento de la ciudad durante su gobierno es tal que las necesidades han crecido más. Tenemos más autobuses pero el servicio está menos cubierto y ese proceso, a medida que aumente esta dispersión ya que este proceso no ha concluido, será más notorio.
El
segundo aspecto es el medioambiental. Más allá de lo evidente, todo el
terreno en que se construye deja de ser agrícola y se pierden parajes de
gran belleza y riqueza paisajística, la ciudad extensa aleja todo,
aumenta las distancias y nos hace más dependientes del vehículo privado.
El trabajo, el comercio, la zona de recreo, se alejan. Los kilómetros
diarios realizados de más se convierten en humo que afecta a nuestros
pulmones. Las calles están saturadas de vehículos que restan espacio y
multiplican el ruido. Ese afán constructor, además, necesita de gran
cantidad de materiales que aumentan
nuestra huella ecológica -“el área de territorio ecológicamente
productivo (cultivos, pastos, bosques o ecosistemas acuáticos) necesaria
para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos
producidos por una población dada con un modo de vida específico de
forma indefinida”- sin un proceso de reflexión que nos haga conscientes
del riesgo que supone.
Dejo
para el final el encarecimiento de la vivienda. En principio, según los
axiomas clásicos, más oferta implicaba reducción de los precios. Pero
en el caso de la vivienda se ha producido un fenómeno perverso, esa
construcción no se ha basado en la necesidad de cubrir una carencia sino
en un complejo fenómeno de especulación de forma que quien compra una
vivienda está pagando el precio que acumula el valor de uso, la casa, y
el valor de inversión. Sobrepagar la parte de inversión encarece la
vivienda alejándola de las personas con menos recursos y no tiene ningún
sentido para los que sólo pretenden usarla para vivir en ella. Para la
gran mayoría es un pésimo negocio. Somos fichas de un juego del que se
benefician otros, fichas que pagan, eso sí.
Un
cuarto aspecto nocivo es el vaciado de los barrios con su consiguiente
deterioro. Pero por su complejidad y extensión lo dejo pendiente para
otro artículo.
En fin, tenemos que volver a ser dueños de nuestras ciudades, mirar con detenimiento y ser conscientes de que cada movimiento en los límites de la ciudad, tarde o temprano, termina repercutiendo en la calidad de vida y en el bolsillo de usted.
Artículo publicado en la revista "Delicias al día" el 01-12-2009
En fin, tenemos que volver a ser dueños de nuestras ciudades, mirar con detenimiento y ser conscientes de que cada movimiento en los límites de la ciudad, tarde o temprano, termina repercutiendo en la calidad de vida y en el bolsillo de usted.
Artículo publicado en la revista "Delicias al día" el 01-12-2009
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