Por mucha globalización que nos
hayamos echado a la espalda, y la crisis lo está poniendo más si cabe de
manifiesto, seguimos necesitando que el ámbito social en el que vivimos nos
proporcione satisfacción a nuestras necesidades básicas. En nuestra tierra, la
ruina del campo es el principio de un mayor empobrecimiento general y esta vez
hemos estado a punto. En el mundo rural la sociedad siente los días de forma
circular, cada año distinto, todos los años igual, en realidad entienden la
vida como un solenoide que gira a ritmo de una vuelta anual hasta que el hilo
se acaba. Cada año se repiten las labores y las preocupaciones y si alguien ha
sabido plasmar en papel ese universo ha sido Miguel Delibes. En “Las Ratas”
cada página aprieta más el corazón por la falta de lluvia que amenaza con
malbaratar la cosecha. Por fechas tales como estas pero de 1956 «El Pruden decía
cada tarde en la taberna de Malvino: “Si no llueve para San Quinciano a morir
por Dios”». Sin embargo, nuestra sociedad urbana ha olvidado de dónde viene, de
dónde sigue viniendo, el pan que se lleva a la boca y lanza sus quejidos al
cielo porque el agua que de allá cae no permite lucir los pasos a las
cofradías. Nunca hubo mejor argumento que la necesidad de tantos para alegrarse
de una pequeña desdicha si aparece una solución aunque sea parcialmente
intempestiva. La lluvia podría haber llegado antes pero, y es lo que importa,
al fin llegó y fue antes de San Quinciano.
El campo vuelve a tener el color que
corresponde a estas alturas, queda por ver si la cosecha remata pero los
vientos apuntan en buena dirección tras un tiempo de zozobra. La temporada
futbolística sigue un patrón similar. Este año ya tuvimos miedo de perderlo
todo y aún perdura la incertidumbre sobre la cosecha pero llueve sobre el terreno
blanquivioleta. El equipo es una tormenta que llena de goles como gotas de agua
sus estadísticas y nos hacen soñar con paneras llenas de grano tras la siega.
Es posible que, con la misma visión ensimismada con la que algunos se quejan
por no poder salir en procesión sin haber valorado el bien mayor que
proporciona la lluvia, haya quien cuestione la labor de Javi Guerra usando como
análisis el número de goles que ha marcado frente al registro que consiguió el
año anterior sin anotar en su haber todo lo que suma. Ayer anotó un tanto
intrascendente (y en fuera de juego) por ser el cuarto pero de su cabeza
nacieron los que hicieron declinar el partido hacia el lado pucelano. De su
cabeza como instrumento de golpeo porque fue la parte del cuerpo que uso en
ambas ocasiones y de su cabeza como sinécdoque para referirse a su cerebro del
que nacieron ambos goles. Para el primero se valió de la perspicacia -hizo que
el balón golpease en el brazo extendido del defensor y consiguió un penalti-,
para el segundo de conocimiento –al huir de su espacio natural arrastró a los
defensas que dejaron libre todo ese terreno y colocó el balón para que Óscar
llegase solo y presto para consumar-.
Todo
pareció tan fácil como caer agua, tan natural como si fuera siempre así, pero
era la primera vez que el Valladolid ganaba en ese territorio vecino a San
Fernando, la isla sin serlo que dio nombre a Camarón y que hiciera célebre a
una canción titulada “Como el agua” en la que relata una pasión, “Yo te eche mi brazo al
hombro y un brillo de luz de luna iluminaba tus ojos. De ti deseo yo todo el calor, para
ti mi cuerpo si lo quieres tú, fuego en la sangre nos corre a los dos”. Un fuego
que puede convertirse en brasa para el mes de junio pero no podemos dejarnos
llevar ahora por la euforia porque el mismo maestro puso música a unos versos
de Federico García Lorca en los que nos avisaba de la capacidad que tienen para
traicionar el presente y el futuro: “El Tiempo va sobre el sueño hundido
hasta los cabellos. Ayer y mañana comen oscuras flores de duelo”. Celebremos
pues el hoy, llueve y cuatro goles.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 8-04-2012
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