ETA es vil y envilece. No cabe éxito mayor.
Treinta años acaparando portadas y debates. Dictadura, transición y democracia.
Caudillos y presidentes. Una generación, la mía, no ha conocido el antes. De
niños escuchábamos a nuestros mayores que ETA era el paradigma de maldad y, ya
entrados en grasas, el paradigma de maldad sigue siendo ETA. Seis lustros de
anuncios de agonía de la banda pero “el muerto que vos matasteis goza de
perfecta salud”.
Ese hijo bastardo del ramplón nacionalismo
araniano que mamó odio al albur de la represión franquista y se hizo grande
asumiendo para sí deseos de insatisfechos de toda laya se ha instalado en
nuestras vidas y no vemos el día del alivio de su extinción definitiva. Si
nunca tuvo sentido su existencia, hoy menos. Pero sigue y sigue matando y no
sólo, también confundiendo, atemorizando, manchando... pudriendo.
Confunden porque identifican fines y medios
y han conseguido que la sociedad les iguale a quienes defienden las mismas
ensoñaciones abominando el ruido de cualquier pistola.
Atemorizan porque es la base de la estrategia de cualquiera que use o
justifique la violencia como mal menor; si nadie les teme pierden cualquier
valor efectivo. Manchan porque en cualquier debate actúan como elemento
contaminante generando desasosiego y pudren la convivencia, el diálogo
sosegado, el debate entre alternativas políticas. Con todo ello refuerzan a los
elementos más retrógrados entregándoles patente de corso para monopolizar el
discurso y anatematizar a quienes, deseando tanto o más el fin de la bestia
infecta, osen discrepar. El anhelo del fin de la violencia no puede ser, y es,
la excusa para sojuzgar intelectualmente a quienes exploren diferentes caminos.
La imagen del escarnio público al que fue
sometido Julio Médem con motivo de la entrega de los Premios Goya es fedataria
de lo dicho. Los insultos recibidos de la Asociación de Víctimas del Terrorismo
por ofrecer su visión del problema son, en el mejor de los supuestos, un error.
Quien es victima merece toda compasión, todo apoyo es poco, pero de ahí a
patrimonializar la razón...
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