viernes, 13 de octubre de 2017

UNA IMPROVISACIÓN MUY BIEN PREPARADA

Foto: El Norte de Castilla
Leí en algún sitio, aunque ahora no sea capaz de recordar dónde, ni tan siquiera de traer a la memoria el nombre del protagonista, que tras una cena de esas pomposas en las que tras el postre se sirven unos discursos bien fríos, el anfitrión, un joven con ínfulas, un postulante bien predispuesto para escalar en los círculos del poder, se puso en pie y agasajó a los asistentes con una plática, «improvisada» se preocupó de apostillar, tan hueca de contenido como brillante en la forma. Tras los aplausos que prescribe el protocolo, un veterano político presente en dicha velada recogió el testigo de la palabra y, cortesía obliga, dirigió sus primeras palabras al novel orador.
 - Qué improvisación más bien preparada. Magnífica. Le felicito. 
Improvisar es un arte; pero no es menos meritorio parecer espontáneo sin serlo. Requiere un doble trabajo: preparar, por un lado, lo que se ha de decir y, por otro, modular la forma para que el texto escrito se adecue a las exigencias, energía, calor, dinamismo, del hablar natural. Si alguien destacó en este arte de aparentar espontaneidad, ese fue el primer ministro británico Winston Churchill. Él, que era consciente de sus pocas dotes para salirse del guion propuesto, que reconocía el don de la oratoria como el más precioso de los talentos conferidos al ser humano, que tallaba sus discursos con la meticulosidad de un orfebre, ironizaba sobre sí mismo, «voy –decía– a preparar la improvisación de mañana». Horas y horas dedicadas para que el cuarto de hora de exposición tuviera la fuerza de la naturalidad y la profundidad de la reflexión. 
Improvisar es, al cabo, lo que nos toca cada día. Seguramente, el momento en la vida en que uno es más consciente de ello es cuando coges  en brazos por primera vez a una indefensa criatura sabiendo que es tu hijo. ¿Y ahora qué? Una frase escrita en un muro de algún suburbio hizo fortuna hace unos años y su fuerza se repicó en cientos de paredes:  «Yo tampoco sé como vivir, estoy improvisando». Cierto, pero una cosa es improvisar y otra, bien distinta, no estar preparado. 
Los entrenadores tiran de pizarra y diseñan estrategias, dibujan jugadas, trazan movimientos. En buena medida, sino no lo harían, les da resultado, pero la realidad con frecuencia obliga a salir del guion. Mata, le vemos saltando con poca convicción, comprende que ese balón se ha perdido. Dani Jiménez, el portero rival, lo ha atajado y es momento de pensar en la siguiente ocasión para insistir con la terquedaz propia del delantero centro. Bellvis, el defensa alfarero, en la misma onda que Mata, encoje el cuerpo con la certeza de que la escena ha concluido, el telón ha bajado, no queda texto por recitar. Pero de repente todo cambia. El telón se levanta de la forma más imprevista. Al portero, mil veces mil ha ensayado ese gesto hasta naturalizarlo, se le cae el balón de las manos. Mata actualiza inmediatamente su programa. Puede parecer que fue casualidad pero seguro que también mil veces mil ha escuchado a sus entrenadores que estuviera pendiente del fallo, que un delantero también come de eso. Jiménez, al poco, pide perdón a sus compañeros, se sabe culpable. Pero también será capaz de reiniciarse. Es portero, está preparado, eligió susto.  

Publicado en "El Norte de Castilla" el 13-10-2017

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