Los mapas no son la realidad. Ayudan a
comprenderla, sí, pero no son la realidad. Más allá de las obligadas
limitaciones de tamaño, hay un hecho que lo impide: la pérdida de una
dimensión. Mientras la realidad se mueve en tres, los mapas se dibujan en dos.
En política ocurre algo parecido, pregunten si no a los sociólogos: no puede
haber mapa preciso. El desencuentro es, en este caso, incluso más acentuado.
La cartografía política nos ha enseñado a
pensar en ‘una’ dimensión, como si todas las opciones ideológicas con sus
diferentes lecturas y los matices que cada cual podamos añadir se pudieran ir
ubicando a lo largo de una recta: un eje que fuera de izquierda a derecha, de
derecha a izquierda. De repente, por algún estallido, se nos desconfigura el
sistema de referencia y, para reubicarnos, utilizamos categorías estancas en
las que agrupamos a todo aquello que no aparecía en el mapa inicial. Así,
añadiendo a aquel eje inicial términos como ‘catalanes’ o ‘independentistas,
introduciendo en el mismo cajón a personas tan dispares como Puigdemont, Anna
Gabriel, LLuis Llach, Dyango, Carme Forcadell
o Gerard Piqué, medio nos apañamos.
Con esa representación unidimensional es
imposible entender una realidad que tiene más de las tres dimensiones espaciales
de nuestro mundo físico. Para comprender todas las categorías políticas habría
que adentrarse en el terreno de la abstracción matemática. Pero es que, además,
tampoco existen compartimentos estancos. Para comprender todos los movimientos,
los intereses que se cruzan, necesitaríamos las herramientas de la dinámica de
fluidos.
Con todo ese bagaje ya estaríamos preparados
para entender la declaración que el pasado martes realizó Carles Puigdemont.
Un movimiento que puso de manifiesto que el
deseo -¿alguien lo dudó?- de las élites catalanas nunca chocará con el deseo de
las élites. Su propuesta no va más allá de ofrecer un acuerdo de salón con
lámpara de araña.
Un movimiento que dejó, de momento, a la
intemperie a buena parte de los que pensaron que los restos de la exCIU eran
sus socios de fiar. Ahora, los de la CUP, tras haberse sentido protagonistas,
han caído en la cuenta de que, saliendo del esquema de un único eje, son una
minoría con casi ningún aliado.
Los mapas del Imperio, salvo aquel que levantaron
los Colegios de Cartógrafos en el cuento de Borges, no tienen el tamaño del
Imperio.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-10-2017
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