Tampoco sería extraño que alguna pareja de zagales continúe haciendo zanja con el ir y venir de mi casa a la tuya con la excusa del ‘ahora te acompaño yo’. Eran los tiempos en los que la hora de recogida no se expendía por prescripción autonómica.
De entonces es Kike, el suyo. No me refiero a que sea muy
viejo sino a su estética antigua, a sus modales clásicos, a su desempeño como
ariete de la época de sus padres. Verle en el campo produce el mismo efecto que
toparse con algún varón de mi quinta quitándose el sombrero al paso de una
dama; idéntica sensación que la que tendría un adolescente de hoy escuchando a
su profesor ‘efectiviwonder’, ‘okey makey’ o ‘cantidubi’. Kike, el suyo, va y
vuelve, vuelve y va, acompaña y se deja acompañar sin fin sabiendo que en ese
proceso se cimentará su romance con el gol. Parece escuchársele mil ‘cuelga tú’
en una conversación infinita desde el centro del área con los costados. Y
siempre pendiente, atento, escuchando.
De ahora es Miguel Rubio. Tan de ahora, que ayer debutó en
el primer equipo. En Primera, ya había jugado, pero de eso hace tanto, tres
años, que de seguro tuvo que volver a masticar los nervios de la primera vez. Bien
haría en aprender de su partenaire si pretende que su carrera en la élite se
consolide. Esto, como tantas otras cuestiones, no va solo de talento. De
momento, Rubio saldó su redebut con una nota que por centímetros, los que
separan la posición válida del fuera de juego, no fue de sobresaliente.
Esa pequeña distancia impidió la reconciliación del Pucela
con la victoria. Una pareja que hace tiempo rompió, que hoy por hoy se mira
mal, como de reojo. El empate final, por más que el concepto suene a reparto,
dejó el trozo más grande a los de Eibar. Cualquier igualdad a puntos les coloca
en ventaja.
De antes es Sergio. De antes, porque las ha visto ya de
todos los colores. Lo que, aunque sea una ayuda, no garantiza sabérselas todas.
De hecho, campa como perdido, abandonado. Y es natural. Su relación con el
fútbol es demasiado prosaica, de matrimonio concertado. A falta de pasión, el
idilio se apuntala por los resultados. Al dejar de llegar…
La afición pucelana, la de antes, la de ahora, tiembla. Es
consciente de que el juego de su equipo no le provoca mariposas en el estómago,
de que los resultados no permiten sacar pecho, de que ni siquiera puede ir de
casa al campo, del campo a casa, haciéndole saber que le quiere. Pero una cosa tiene
clara, esa afición no va a colgar primero.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 14-02-2021
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