Pienso en mí, pero no soy un ejemplo: ni tengo piso ni queja de casero, el haberme cruzado con Julio me ayudó a levantar las veces que caía. Pienso en mi hijo y no le veo ni con prisa ni con plan. Leo, escucho, generalizo, dudo. Tal vez el hecho, el descenso de jóvenes que adquieren una vivienda, no dimane estrictamente de una cuestión de rentas, quizá un fenómeno cultural, un cambio de visión, el rechazo de determinados apegos, se esconda detrás. Siquiera de soslayo, comento estos devaneos con un amigo, Carlos. No le convencen. Lo del cambio cultural -me refuta- forma parte de una narración interesada, una píldora prescrita para digerir mansamente la realidad; dale una vuelta.
Se la doy. Recuerdo, perdón, a Marx: “No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. Vaya, que el cambio cultural proviene de la frustración, no genera la decisión de no comprar. Una apostilla: ojito con las derivas del desencanto -más miedo que perspectiva, más emoción que razón- de las generaciones que se incorporan a la adultez.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 21-05-2024
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