En la intimidad de la cocina, la mesera descompuesta por el inesperado encuentro, relata a su compañera aquel episodio de su infancia. Esta, exconvicta, resuelta, sin pudores coyunturales, saca de un armario una bolsa de veneno y se la muestra a la mesera en forma de propuesta. Aparecen en esta las reticencias que no afectan a la determinación de aquella que anda ahora escudriñando las indicaciones del veneno. Se percata de que está caducado y le aparecen las dudas metafísicas.
–Cuando un veneno está vencido, ¿resulta más o menos dañino?
Con la temporada cerrada, con el objetivo de base, el ascenso, logrado, ¿el juego del Pucela se liberaría y mostraría sus excelencias o se amodorraría sumando a la cicatería la (aparente) desidia? –Me refiero al juego en sí, no a su eficacia, o a la correlación con los resultados. Me refiero a la propuesta con la que uno se dispone en la vida, a esa manera habitual a lo largo del curso de entender los partidos que supone esperar a que el otro se equivoque. Nada que reprochar, mi aplauso, al orden, implicación, voluntad y afán mostrado por el equipo, impelido y torneado por Pezzolano a través del trabajo cotidiano–. La respuesta queda a la vista. El colofón a una temporada esquizofrénica nos mostró un partido edulcorado del Pucela, un examen respondido a desgana porque no influía en la nota final. Un veneno caducado. Un error, entiendo. Así, la primera plaza se esfumó sin rebeldía que afrontase la pérdida. Una primera plaza que tiene gran valor, aunque más allá de algún premio económico apenas se considere su precio.
Ahora el verano, que no descanso, en un club que, salvo el retorno a la máxima categoría, ha dejado todo en el alero. Poco sabemos de lo que encontraremos a la vuelta. Tiempo habrá para escribirlo y hablarlo. Disfruten mientras. Muchas gracias por haber estado ahí otra temporada, de corazón.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 03-06-2024
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