Se confirmó la mala noticia y, cerrado el plazo, nada hubo: el ensalmo en ensalmo quedó. Me sentí como aquel individuo borracho en medio de una dehesa que, tras sentir un bufido, se volvió y avistó dos toros –la venta de Boyomo– con intención de embestirle. A escasa distancia, divisó un par de árboles –la llegada de refuerzos–. Corrió con intención de encaramarse en uno para evitar la acometida. Con tan mala suerte que pretendió subir al árbol que no era y le corneó el toro que sí. En estas, sucedió un prodigio. A Pezzolano ya no le pitan los oídos. Reprobado por la grada, vituperado cuánto, cómo y dónde hubo ocasión, requerida su renuncia, reclamada su destitución, presagiado su pronto despido, se ha congraciado con la afición aunque solo sea porque esta ha girado hacia el palco su dedo acusador.
Las desavenencias ya no se circunscriben a las decisiones futbolísticas sino que apuntan a la gestión de Ronaldo, o lo que Ronaldo represente. Un presidente que, por lo demás, se ausenta del palco cediendo la imagen del club en los partidos menos considerados, la mayoría, a subalternos notables: Fenaert y Espinar en este caso. Algo que, si acaso puede resultar intrascendente para la administración o la intendencia cotidiana, apunta un alejamiento inconveniente por el riesgo de desapego. Solo el fútbol con sus resultados puede sofocar un incendio que ahora, más tras la lamentable imagen de Montjuic, pinta incontrolado. Y salvar a los señalados como pirómanos.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-09-2024
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