miércoles, 26 de noviembre de 2003

NOTIZIA, NOTICIAS; MENTIRA, SILENCIOS

Como en los pueblos antaño asolados por una riada, hemos esculpido en oro las letras de una lápida “hasta aquí llegó la baba de la cortesana España el día de todos los santos de 2003”. Una vacua obra hagiográfica transmitida en directo hasta la náusea torna en “modernez” lo que no es más que el estertor del antiguo régimen: el anuncio de boda del hijo y heredero de un monarca. Un oxímoron esto de la monarquía moderna. Una reliquia sin más peso que el de una bandera ha compuesto unas notas más de su réquiem bajo el empalagoso disfraz de unos novios aparentemente dichosos. Del Imperio del Valle del Nilo hasta ayer, del monarca dios al monarca símbolo, se ha escrito una historia que el tiempo ha de enterrar en sus anales.
Mientras ese día llega, no puedo sustraerme de los hechos, hay que hurgar en sus tripas aunque el hedor sea vomitivo. Entre las miles de páginas publicadas sobre el heredero y su boda ni una sola plasmaba un análisis riguroso acerca del sentido –o la falta de él- que hoy tiene la monarquía. Con calculada pericia nos han despojado del verdadero debate sustituyéndolo por un falaz (y mediatizado por la fuerza de los hechos) Letizia sí, Letizia no. Las dos Españas de hoy son el “Hola” y el “Tómbola”, el corazón y las heces. Legiones de monárquicos, pelotas y buscavidas escudriñan el pasado de una persona cuyo único mérito para asumir papeles de representación de un estado es haber sido designada por el corazón o la testosterona de un príncipe.
Unos la revisten de candor, despintan los rasgos menos monárquicamente correctos del trazo de su biografía, la canonizan en vida; los otros atizan su pasado (la pela es la pela y así se vende más). Entre tanto los de a pie, los mismos que anatematizaron a Eva Sannum beben el agua con el que se lava Letizia Ortiz.
Ella, periodista antes que fraile, hija o nieta de esa Asturias verde de montes y negra de minerales, ha copado todo. Una nueva cenicienta, una plebeya elevada a los altares. No. Los plebeyos de hoy mueren ahogados de hambre en el Estrecho o son insultados por una sentencia que les culpabiliza de aceptar el chantaje deletéreo de la precariedad en el trabajo. Ellos no han sido alzados a trono alguno. Son manjar de tiburones en el aciago despeñadero de silencio. 
Ella es una nueva actriz en el elenco de esa ficción que es la monarquía, acata sus normas carpetovetónicas y dará el sí ante un obispo (opción que no fue la suya mientras tuvo libertad de elección). Si se pretende símbolo de un estado aconfesional, una iglesia no es el lugar.
Ella dice que es una boda por amor, no lo dudo, sólo me queda imaginarlos mirándose a los ojos y bailando mientras suena la voz de Aute “Cambiaron las cosas pero al contrario, siguiendo las reglas del juego malabar...bésame y dime todo es mentira menos tú”.

Publicado en 2003 en 'El Mundo, Diario de Valladolid'

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