Al final resulta que la socialdemocracia era eso, algo parecido a una
póliza de seguro que cubría a los dueños del capital del riesgo cierto de
explosión social. Durante decenios, en Europa Occidental se nos vendió este
modelo como el resultado de un consenso social, como el mejor de los sistemas
posibles, el único que hermanaba los intereses de los dueños de las grandes
compañías con el de sus trabajadores. Los primeros aceptaban una serie de
condiciones que permitían a los segundos el desarrollo de una vida digna.
Aquellos seguían acumulando y estos vivían razonablemente bien, condición sine
qua non para que el estallido social no se produjese. Una especie de Arcadia en
la que todo el mundo tenía su asiento de felicidad.
Hubo factores externos que contribuyeron a mantener vigente la póliza: de
un lado, el miedo cerval al demonio rojo del este; de otro, la posibilidad de
proveerse de recursos materiales en lo que se llamaba tercer mundo. Nadie, casi
nadie, se preguntaba el porqué. Estado del bienestar, lo llamaron. Se estaba
bien, buena gana. En estas condiciones, los estados cumplieron su papel. Los
partidos de base socialdemócrata implantaban sus políticas y los conservadores
no encontraban manera de vencer electoralmente si no era asumiendo los
principios de su rival.
En este tiempo, no obstante, el capital, sin dejar de pagar el recibo,
fue preparándose para eliminar el peligro; el mundo del trabajo, sin embargo,
ya digo, vivía encantado de haberse conocido pensando que, como les decía su
experiencia vital, todo iría a mejor.
El consenso se rompió. Al capital le parecían pocas las ganancias,
siempre le parecerán pocas, y en el soga-tira de las relaciones laborales
dieron el arreón definitivo pillando desprevenido a su rival. Antes, mediante
procesos de absorción y fusión, el tamaño de las empresas había crecido lo
suficiente para poder mirar por encima del hombro a los distintos países. No
solo eso, contaban con otra ventaja: podían colocar a sus peones en los puestos
de dirección de los estados. El mundo ahora es suyo. Imponen su modelo, marcan
las pautas, tienen suficiente poder para amenazar. En este contexto, la teoría
socialdemócrata se ha convertido, sin más, en teoría. El papel de tonto útil,
el del cobrador del seguro, ya no hace tanta falta.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 03-11-2016
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