martes, 29 de julio de 2003

NACER, MORIR...

De nuevo esta ventana se ve atravesada por el hachazo invisible y homicida; otro de los imprescindibles referidos por Bertold Brecht, Chuchi Pereda, yace en las profundidades de la nada, resuena en el paraíso de la memoria, en el aire de Valladolid, en las recias aguas del Cantábrico. En su epitafio podremos leer palabras de lucha desde la clandestinidad hasta ayer mismo, versos de dignidad en la vida y ante la muerte. Porque la muerte siempre llega, podemos triunfar en mil batallas pero al final perderemos la guerra; sólo siendo consciente de eso, sobreponiéndose a la angustia del límite cercano, se puede soñar con la amanecida del día siguiente. Su muerte deja un rastro de dolor y un aliento como referente. Dolor para quienes paladearon su presencia, tanto más cuanto más cotidiana. Referente para la izquierda que camina, como en un bolero, perdida, sin rumbo y sola; una izquierda que debe transformar desde lo que existe, tan flexible para adaptarse como inflexible con sus principios.
Llegó el invierno definitivo a la guarida de Chuchi. Su último recorrido lo hizo acarreado por el enorme cuerpo de su hermano; el mismo que, mañana mismo hace tres años, condujo a mi hijo en su primer viaje a mis brazos. Principio y fin. La muerte como corolario de la vida.

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