lunes, 12 de noviembre de 2012

DE VÍCTIMAS VIVIMOS MEJOR


Cuando algo no ha funcionado como debería, giramos los ojos buscando en quien cargar la culpa, alguien que acarree con las previsibles consecuencias de todas las iras que pretenden escaquearse. Hay quien dice que es parte de la idiosincrasia española, pero me temo que se podría generalizar de forma casi universal. Para ello, uno de los  recursos más sencillos, pero con eficacia probada, es el convertirse a uno mismo en víctima. Un buen manejo del lenguaje, una memoria selectiva y pocos escrúpulos son los condimentos necesarios para articular un lenguaje que deje poco margen para la confrontación de los hechos. Es lo que se conoce como victimismo. Decía que suele ser un recurso eficaz aunque esa eficacia sea poco duradera ya que la insistencia en este tipo de conductas pierde valor en la medida en que se repite y, sobre todo, impide la autocrítica imprescindible para seguir creciendo como personas (o como sociedades).



El victimismo tiene otra variante, el abuso del papel de víctima de quien realmente lo ha sido en un momento determinado. En unos casos para justificar un odio eterno, en otros para conseguir objetivos personales o políticos, siempre el subtítulo de víctima otorga un poder que permite, en muchos casos, chantajear al interlocutor por el miedo de este a ser considerado un insensible o, mucho peor, cómplice del victimario. Podemos hablar de las diferentes listas de agravios que nos cuentan dos personas que fueron pareja, podemos analizar el mapa de conflictos bélicos y comprobar cómo siempre se encuentran razones en la maldad del enemigo para justificar cualquier hecho, el caso es que siempre el que habla se siente víctima y por tanto legitimado para cualquier respuesta.

Las lecturas del mundo del fútbol, tan permeable a lo que ocurre en la calle, tan idéntico a ella, no escapa de este tipo de comportamientos, pero existe un matiz, aquí, el culpable, siempre es el mismo, el árbitro. Es el culpable por antonomasia, no importa si preguntamos en los fondos o en la tribuna, en el palco o en el bar; la respuesta es la misma si responde un ultra o el más sosegados de los aficionados, y da igual del equipo que se sea, el del silbato, siempre, por algún motivo ignoto, la tiene tomada con nuestro club.

Ayer, frente al Valencia, el Valladolid arañó un punto que supo a gloria y, junto a la convicción de los blanquivioletas, el papel del árbitro fue pieza clave para que así fuese. Mañana nadie lo recordará por aquí, mientras en Valencia habrán apuntado este partido en el historial que recordarán de forma permanente para alimentar esa paranoia propia de quien no quiere buscar las causas en uno mismo. Es más fácil decir que Velasco Carballo robó al Valencia que reconocer un hecho más indigesto: el Valencia, a pesar de la sangría de jugadores que ha sufrido por su mala cabeza, tiene un plantel de futbolistas envidiable y muy superior al Pucela. Más aún, un grupo como el del Valencia debería estar obligado a imponer su juego, el resultado es otra cosa, cuando se enfrenta a un equipo que, además de ser de los más pobres, diezmado por las lesiones, aparecía cojo en la defensa y manco por el centro.

Siempre podrán decir que ha sido culpa del árbitro, de la misma manera que nadie en Valladolid recordará este partido cuando otro día, que llegará, nos piten un penalti que no era, o expulsen injustamente a uno de los nuestros.  

Publicado en "El Norte de Castilla" el 12-11-2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario