Cada vez que nuestra especie ha descubierto alguna forma de aprovecharla (fuego, viento, tracción animal, diferentes combustibles fósiles, electricidad, núcleos de átomos…) se produjeron grandes transformaciones sociales. En paralelo, claro, somos humanos, cuanta más energía hubo disponible, más requeríamos, más dependientes nos hacíamos de ella.
El futuro, el que viviremos y el que no, traerá desarrollos
insospechados que dejarán en nada las preocupaciones actuales (o no, pero
pensemos que sí), aunque hasta llegar a ese momento ‘parece ser que puede ser’
que nos enfrentemos a una situación insólita: la disminución de una fuente
fundamental no solo por lo cuantitativo sino por su sencillo manejo, por la facilidad
para transportarla. Piensen en la gasolina.
Escuchamos, últimamente con demasiada frecuencia, que los
tiempos venideros serán duros, que tendremos que adaptarnos a vivir con menos.
Si lo dicen los poderosos, los de verdad, no gobernantes periféricos, será. El
poder está en sus manos y si tanto lo repiten es porque así lo tienen decidido.
La cuestión es que el propio planeta, insisto, salvo babilónicos avances
tecnológicos, no les desmiente. Sería como comer esas lentejas que no gustan a
alguna criatura por las buenas o por las malas, buscando modelos de vida
alternativos o yendo unos a la yugular de otros. Y ya sabemos de quién son los
dientes y de quién, las venas.
Claro, que esa dureza también puede sobrevenir porque Europa
deje de ser el centro del mapamundi. Que dejará.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 30-08-2022
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