viernes, 11 de octubre de 2019

LA PAZ DE LOS CEMENTERIOS


Al igual que los viejos revolucionarios de cartón piedra, tras comprender que sus certezas se postergaban, que el proceso deseado iba para largo, asumieron que su sino era esperar, los mesetarios vivimos aguardando la fecha señalada.
Al contrario, mientras aquellos bon vivant de la izquierda caviar esperaban -alguno todavía anda en ello- un fin de los días en forma de revolución que habría de traer a la humanidad justicia, paz, felicidad y prosperidad eterna; nosotros sobrevivimos pasando las horas sentados en la solana haciendo tiempo para que la solución biológica determine cuál habrá de ser el último de los días en que nuestras tierras serán habitadas. Este porvenir, el nuestro, digo, también vendría cargado de paz, la de los cementerios.
Ellos, gauche divine, entre brindis y brindis, concluían que las contradicciones inherentes al sistema inexorablemente arrumbarían el capitalismo en cualquier rincón perdido de la historia; nosotros, entre chato y chato, corto y corto, ahogamos las penas lamentándonos por el inexorable destino de ser la (pen)última generación de pobladores del Valle del Duero y adyacentes.

En ese mientras tanto, ellos supieron muy bien qué hacer con ellos. Medios les sobraban para sobrellevar sus penas, para que el servicio les atendiese mientras se fustigaban. Nosotros, en este lapso, no sabemos qué hacer con nosotros. Como medios sí nos faltan, no sabemos cómo vamos a poder cuidarnos, quiénes van a estar disponibles para hacerlo, qué nos podremos permitir. Y lo damos vueltas.  Y todo suena mal. Cualquier propuesta, cualquier reforma, parte de ese límite y sopla con aires de desamparo. La última, ese globo sonda de reorganización sanitaria soltado desde un despacho de la Junta que ha explotado en los pueblos más exangües. Y, pese a ser pocos los destinatarios, se han convertido en roca para transformar el ruido en eco de protesta.  
ViceIgea y la consejera Casado tienen razón en el punto de partida: salvo que pretendamos acelerar el requiescat in pace, la solución nunca puede ser no hacer nada. Pero en ese ‘algo que hacer’ no cabe alejar los servicios médicos del ámbito rural porque se transmite la sensación de abandono de los pueblos. Por más que estos vayan a acabar abandonándose solos. O no, que aquella revolución pendiente, tampoco vino.



Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-10-2019

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