miércoles, 6 de mayo de 2020

DESCONFINADO PARCIALMENTE


Foto "El Norte de Castilla"

Al paseante parcialmente desconfinado le sorprende la amabilidad en esta ciudad que, de natural, al primer sorbo, se muestra fría, seca, distante, desabrida, como si las nieblas perpetuas de antaño hubieran hecho mella en el carácter de sus habitantes. Por el contrario, el tiempo que lleva viviendo en ella le ha servido para constatar que bajo esa epidermis se encuentra el músculo de una ciudad profunda, leal, acogedora a su manera. Por eso, claro, tiempo ha, decidió establecer aquí su morada. De lo que, por otra parte, no se arrepiente.
Pues bien, el paseante en fase 0 percibe que la misma ciudad que ha convertido en arte la pronunciación entonada de la palabra ‘pelele’, la misma en que una asociación de comerciantes pretendió dulcificar el carácter de sus asociados mediante el lema ‘ser amable es rentable’,  ahora sonríe de gratis. ¡Gracias!, sonrisa, ¡pase usted!, sonrisa, ¡por favor!, más sonrisa si cabe.
¿Quién se lo iba a decir al desconcertado paseante? Este, naturalmente, medita, le da vueltas, agudiza el oído, escucha fragmentos de conversación, le da vueltas, medita y vuelve a empezar.
Hasta que recibe un latigazo. Otra paseante, indiferente a la presencia del primero unos metros detrás, aporta una clave. “No sé si quiero volver al mundo”. Así, a bocajarro, como sin darse importancia. Ese mundo, entiende el paseante inicial, es aquel que se aparcó (en principio) una mañana de mediados de marzo, la época que algún pedante dará en llamar ‘la vieja normalidad’. Habrá, continúa su reflexión, casos de todos los colores, pero no son pocas las personas que, después de años sobrellevando un ritmo frenético -el entendido entonces como normal- de vida han comprobado que el tiempo detenido aporta otra perspectiva, relaja. Vaya, que el estrés se lleva mal con la sonrisa. Más de uno ha asimilado que su rutina habitual no le gustaba, aunque (pensase que) no le quedaba más remedio que seguir y seguir.
La pena, baja la cabeza el paseante, es que haya tenido que ser así, obligados y con miles de muertos mediante. La pena, prosigue, es que tras la desescalada habrá otra escalada, esta diferente, en cuya cima, para poder comer,  habrá que vivir de nuevo al galope. ¡Y ay de quien no lo haga! Parará, le pararán, pero entonces no le quedará fuerza para vivir, ni dinero con qué pagarlo. Salvo que…

Publicado en "El Norte de Castilla" el 06-05-2020

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