lunes, 18 de abril de 2016

ZORRILLA Y EL RUGBY, AMANCEBADOS

Los juegos dejan de ser juegos en cuanto los que lo practican son conscientes de que alguien los está mirando. Sucede, de alguna manera, algo similar a lo que enunciara Werner Heisenberg allá por 1925 en su ‘principio de Incertidumbre’. Este físico alemán demostró que no existe la posibilidad de medir experimentalmente, con precisión y de forma simultánea, algunos pares de magnitudes -como la posición y la cantidad de movimiento de una partícula- ya que cuando se consigue medir la primera se perturba la segunda, lo que modifica su valor.  Aquellos ojos vigías, con su sola presencia, perturban, de la misma forma, el contexto y subvierten el orden de las motivaciones de quienes antes pretendían divertirse en primera instancia y después, si podía ser, ganar. A partir de ese instante, el simple entretenimiento adquiere un carácter secundario y vencer, imponerse, mostrar que uno es mejor que el otro, pasa a ser el objeto principal. El deporte puro, más allá de algunos juegos de niños, por tanto, no existe; está contaminado por los ojos que lo ven.
La segunda subversión llegó en el momento en que los ‘mirantes’ empezaron a ser muchos más que los que los practicantes, en que la razón de ser del juego no tenía más sentido que el deleite de las muchedumbres. Para ello, para albergar a ese cúmulo de personas, fueron construidos los templos de esta nueva religión. Allí los fieles, de tanto en tanto, se convierten en el músculo que da vida a unas estadios que sin ellos no serían más que, como dijera Mario Benedetti, un esqueleto de multitudes. Cuando se llenan, sin embargo, destilan vida.
Supongo, por otra parte, que el deportista de élite se acostumbra pero siempre caben saltos de nivel que, de darse, pueden abrumarle. Y un salto de nivel, para un jugador de rugby en España, es practicar su deporte delante de veinticinco mil personas.
En la suma de ambas cuestiones radica lo emocionalmente extraordinario que fue el amancebamiento que ayer se produjo entre el rugby y el estadio José Zorrilla. El estadio iba perdiendo músculo ya que el Real Valladolid, el inquilino habitual, se desangra paulatinamente. El rugby, por muy ciudad de él que sea Valladolid, se mueve en cifras mucho más modestas. Sin embargo, de la mano, rugby y estadio han obrado el milagro y la fiesta estalló. Analizar las causas que han confluido merecería un ensayo sobre la cultura pop y otro sobre la necesidad que tiene el ser humano de buscar excusas para ponerse de acuerdo en celebrar en masa. No sé si es un jarro de agua fría sobre la versión oficial, pero además de una fiesta del rugby fue una de esos acontecimientos a las que se acude para poder decir, años después, ‘allí estuve yo’. En cualquier caso, más allá de la efervescencia, el rugby ha salido potenciado. ¿Cuánto? Lo sabremos en unos meses, cuando constatemos si ha sido flor de un día o ha quedado un poso que se medirá en forma de unas centenas de nuevos socios para los clubes o en forma de más criaturas en las canteras.
Total, que la idea del amancebamiento caló y los dos equipos vallisoletanos midieron lanzas en el mejor de los escenarios y en la mejor de las circunstancias: un llenazo que, si las cuentas no salen mal, indica que más de la mitad de los asistentes –entre los que me cuento- entendíamos de lo que allí pasaba entre poco y nada. Para los no iniciados sorprendieron varias cosas: una de las que más, la profusión de normas. Muchas de las conversaciones en el graderío comenzaban con una pregunta de alguno de estos a algún otro de los entendidos cuando el árbitro pitaba algo. Ha pitado un golpe de castigo por una retención, un avant por pasar el balón  hacia adelante con la mano, repetían los que saben con cara de orgullo al principio y de estoicismo al final. No pasmó menos ese silencio sepulcral que se produce cuando un jugador se dispone a patear un golpe de castigo como muestra de respeto a este, o esos amontonamientos que se llaman touche y que se realizan para reiniciar el juego cuando el balón ha salido previamente por un lateral. Si lo tiran al medio, me preguntaba, ¿por qué casi siempre se lo queda alguien del equipo que lo ha sacado? Porque los de su equipo saben si lo va a lanzar cerca, al medio o al final. La explicación me recordó aquel juego infantil del ‘churro, media manga, manga entera’, con el que medio pueblo acababa arrumbado tras no poder soportar el peso del otro medio sobre sus espaldas.
El partido, la excusa, se lo llevó El Salvador y, curiosidades de la vida, sirvió para hermanar el preámbulo con el epílogo. Antes del partido, los trabajadores de Lauky y de Dulciora quisieron hacerse oír. Ya saben, sus empresas tienen intención de cerrar, se ven en la calle y pretendían, aprovechando la presencia de diversos medios de comunicación, encontrar un altavoz. Dulciora, precisamente, fue el primer y más duradero patrocinador de los chamizos. El club pudo crecer, y salir de una época de penumbras para convertirse en un referente, gracias a los mismos que ahora ven sus vidas tambalearse. Que la fiesta no nos haga olvidar que el día a día es otra cosa, que celebrar no está reñido con reivindicar que la ciudad del rugby pueda ser, sobre todo, una ciudad de la que no haya que irse para poder sobrevivir.   
El estadio se vació, hoy vuelve a ser el esqueleto que espera mejores días para volver a sostener unos músculos a los que echaba de menos. Ayer, por muchas cosas, fue una fecha especial, llena de brillo. De esas que merece la pena vivir mientras no olvidemos que la vida se conforma, sobre todo, con una enorme cantidad de días que se parecen mucho unos a otros. Días con más incertidumbres que el principio de Heisenberg.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 18-04-2016

1 comentario:

  1. El rugby, por muy ciudad de él que sea Valladolid,...
    El rugby, por mucho que Valladolid sea su ciudad...

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