jueves, 4 de febrero de 2016

LA ALDABA DE LA PUERTA

Migración siria/Manel Vizoso
Golpean la aldaba del portón de la vieja Europa, pero quizá por el exceso de ruido, porque estemos demasiado lejos o porque el ejercicio de sobrevivir ya nos produzca demasiada zozobra, no atendemos la llamada. De tanto en tanto nos llega alguna imagen aislada, una foto cruel que nos remueve por dentro como si quisiera cortarnos la digestión. Sentimos que algo nos cruje y, como suspirando, aflojamos un ‘una lástima lo de estos niños’, un ‘una vergüenza que lo permitan’. Soportamos el golpe, tiramos de ese útil listado de preguntas retóricas para extraer un ¿qué podemos hacer?, cerramos los ojos y seguimos con el día a día.
Eso en el mejor de los casos, en otros no existe espacio ni para la compasión. Cada vez son más las voces que, ya sin disimulo, al escuchar el sonido de la puerta, exigen a los gobernantes que azucen a los perros para que salgan ladrando a intimidar, que dejen claro que aquí no queda sitio para nadie.
Son los sentimientos contrapuestos de las dos Europas de siempre: la que busca abrirse (aunque ahora calle como resignada a su suerte) y la que cierra sus puertas, la que fue capaz de teorizar y poner en práctica los valores de los que presumimos y la que prendió hogueras.

Algunos ratos fue la primera la que marcó la pauta; en otros momentos de la historia, sin embargo, fue la segunda la que emergió para sumergir al resto. Esa aldaba que ahora resuena marca un punto de inflexión. Tras el fin de la II Guerra Mundial, hubo un tiempo para construir Europa que fue tocando a su fin. Hoy ya no caben especulaciones: el lado temeroso de esta Europa se impone y a sus lomos cabalgan los mismos jinetes que hace ochenta años anegaron de sangre el continente. Quieren construir un búnker, pero dentro de los búnkeres no crece nada.
Esos refugiados que desesperan no son el problema, son el síntoma de la enfermedad que se avecina.

El golpe de la aldaba sobre la puerta quizá no sea demasiado perceptible. Pero más nos vale estar atentos. Es la misma muerte quien llama y bien sabemos que no necesita que abramos la puerta para que entre a hacer de las suyas. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 04-02-2016

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