Un carraspeo forzado impone de nuevo el silencio. El orador u oradora, con una taimada sonrisa, aclara al grupo lo equivocado de sus vaticinios. Su brazo, aguantando aún el peso del vaso, continúa alzado.
–¿Cuánto dirían ustedes que pesa este vaso, incluyendo el poco de agua que contiene?
Descolocados, los presenten se miraron sin abrir la boca. Uno de ellos, barruntando torpemente que el conferenciante indagaba en pos de la respuesta a la literalidad de la pregunta, conjeturó que rondaría los doscientos cincuenta gramos. Por los gestos de aprobación se pudo deducir que la apreciación del resto de concurrentes concordaba con ese 'en torno a' un cuarto de kilo. El rostro del ponente compuso un rictus de seriedad.
–El peso, al menos si nos referimos a una cantidad que aparentemente no cueste levantar, nos resulta intrascendente. Tanto dan unos gramos arriba o abajo. El esfuerzo que nos requerirá mantenerlo levantado dependerá del tiempo que hayamos de aguantar en dicha posición. Si se nos exige hacerlo por un minuto, no habrá problema; si por media hora, el brazo se sobrecargará y comenzará a dolernos; si por un día, los músculos se entumecerán y provendrá la parálisis… No variando el peso, el tiempo va convirtiendo en pesada la carga.
Este cuentecillo que procura transmitir una enseñanza adaptable a múltiples vivencias explica a la perfección el encuentro entre el Pucela y el Real Madrid. Los primeros asumen con ilusión el reto de enfrentarse a un rival reconocidamente superior; los segundos, aligeran su peso por la consciencia de que tal superioridad inclinará indefectiblemente el marcador a su favor. De tanto en vez, en el cruce entre ambos caminos –el esfuerzo de unos por mantener el vaso arriba; el vaciamiento del contenido por parte de los otros– habita la sorpresa, una posibilidad que alienta al aficionado a creer que, en el fútbol, lo inverosímil puede ocurrir. Y de esa eventualidad que contradice, volvemos a él, a Aristóteles se alimenta esta pasión: lo inverosímil se hace hueco en la esperanza; a priori lo creemos… y lo preferimos al hecho de admitir de antemano la derrota, a contemplar la victoria como una idea verosímil a la par que una obra imposible.
Media hora aguantó el Pucela con el brazo erguido. Tiempo suficiente para que el movimiento convirtiera en desorden el orden, se entumeciese alguna línea, se abriese una fisura y el vaso con su agua se estrellase contra el suelo. Y a ver quién arregla un vaso roto.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 27-01-2025
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