martes, 26 de octubre de 2004

BANDERITA

Me vienen a la memoria las sobremesas de los sucesivos julios del primer lustro de los noventa. Momentos proclives para la siesta o la partida arropada con un buen café fueron suplantados por la televisión. Un mocetón, así le llamábamos en mi pueblo, nos mostró la geografía gala con su majestuoso pedalear.

Los que nos recreábamos en esas tardes de canícula oíamos y leíamos superlativos hiperbólicos que trataban de definir cada golpe genial asestado al resto del pelotón por ese mozo que a lomos de su bici había alisado los Pirineos y mostrado franco el camino a Europa. A este lado de los pirineos ya no éramos tan bajitos.

Despedazó el estereotipo de ciclista formado en España: los Bahamontes, Julito Jiménez, Ocaña, Tarangu, Delgado....tan geniales como imprevisibles. Tan capaces de dejar sin resuello al más pintado como de llegar tras el coche-escoba. Hizo añicos de las proezas de todos ellos y ascendió a los altares donde convive con los mitos imperecederos del ciclismo.

Años después, los epítetos de admiración recaen sobre otro ciclista que, tras superar un cáncer en los testículos, reúne fuerzas suficientes para conseguir un brillante palmarés en las mismas carreteras.

Ambos nombres hoy aparecen en dos listas: la de los deportistas que consiguieron emocionarnos con sus hitos y en la de la sospecha.

La cruzada hipócrita que comenzó hace dos años tiene a ambos en el punto de mira. Sin embargo, mientras los medios de comunicación vilipendiamos al denunciante Thomas Davy por tomar el nombre de Induráin en vano hemos sembrado la sombra de la duda en el caso de Lance Armstrong.

La mano que mece la pluma debería olvidar la banderita antes de escribir negro sobre blanco.

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