martes, 26 de octubre de 2004

MALDITAS SEAN

Malditas todas la guerras y malditos nosotros que no tenemos dedos suficientes para contar las que se avecinan. Guerras miserables en la misérrima África, hambre contra hambre, tribu contra tribu. Donde jamás llegó un libro, donde una vacuna es el unicornio azul, nunca falta quien siembre odio, quién lo abone con armas hasta que germinen los cadáveres.
Guerras enfrentando a dos inexistentes dioses disfrazados con advocaciones diversas, padres que, contra natura, entierran a sus hijos y rezan responsos arrodillados ante ese todopoderoso por el cual murieron, mientras, los sacerdotes del único ser supremo verdadero y mensurable recuentan sus ganancias.
Guerras pequeñas, domésticas; sociedades desangradas lenta pero inexorablemente. Una revolución que se aja y se torna en mafia, una mafia que asesina arreglando con ritmo de cumbia los acordes de la democracia. Utopías que tiñen de rojo el sueño del caimán verde de la esperanza. El deseo de justicia, eternamente saboteado por el gigante del norte, no puede brotar de la muerte.
Guerras justificadas en nuestro nombre por un imperio de carne putrefacta que aniquila nuestros sueños de derecho, de razón.
Guerras justas o injustas, legales o ilegales, santas o demoníacas. Os maldigo a todas para siempre.

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