Hemos dormido sobre el lecho de una Historia bastarda, hija de
usurpadores armados que, sintiéndose depositarios eternos de la tierra,
asesinaron a los hombres y después a su memoria. Hemos silenciado sus
recuerdos en el mismo baldón en el que fueron fusilados sus sueños.
Hemos escondido en el estómago el veneno del mordisco de una víbora que
seguía viva cada amanecer. Hemos visto gente que sufre y calla dolor
pero ya no miedo, que no sólo “desea su pan, su hembra y la fiesta en
paz”. El tiempo de jarcha ha concluido; no hay rencor de viejas deudas
pero no se puede vivir sobre el silencio, hijo del miedo, cómplice del
terror. No hay ira, pero tampoco libertad mientras perviva el ultraje
del olvido, de la desmemoria interesada, de una sangrante herida
falazmente cicatrizada. Construir los cimientos del nuevo edificio de la
concordia sobre viejas literas de muertos desarropados del calor de una
flor es garantía de ruina. Ha llegado el día de lavar su honra: fueron
ejecutados y comidos por los gusanos lejos de su hogar, fueron exiliados
y probaron el amargor del pastel que no se puede comer en casa, fueron
personas de bien. Que puedan descansar, por fin, en paz.
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