Miércoles,
20 de mayo de 1.992, cerca de las once de la noche, estadio de Wembley.
Desde el borde del área, unos metros escorada a la derecha de la
portería, se produce una falta. Ronald Koeman lanza con fuerza y
precisión y el balón embiste a la red. Delirio en azulgrana. Foto
histórica de una histórica deuda saldada. Recordamos al irascible
Stoichkov, al austero Zubizarreta, al genio Laudrup, al imberbe
Guardiola... pero pregunten a quien le hicieron esa falta, germen del
gol, casi nadie recordará a ese futbolista que no era fuerte, no corría
mucho, no sabía regatear, no iba bien de cabeza, no marcaba goles y sólo
se le notaba cuando no estaba. Muchos de los que vieron aquel partido
dudarían incluso si jugó.
Ese
es su estilo, jugar sin hacer ruido, sin dejar un resquicio a la
demagogia, tan de moda hoy en el fútbol. Nunca una carrera inútil y a la
vez nunca escatimó esfuerzo alguno, siempre en el lugar preciso para
cortar, mirar y pasar. Su apariencia menuda le convirtió en sospechoso,
su juego mató la sospecha e hizo carne el verbo de Ángel Cappa “el
atleta cuando llega acaba, el futbolista cuando llega empieza”.
Austero,
fiel reflejo da la Castilla Machadiana “al fin aquí me tenéis, ligero
de equipaje”, Eusebio ha sido capaz de jugar quinientos partidos en
primera división devolviéndonos el juego perdido, ese fútbol sin
aditivos, güisqui sin soda, sexo sin boda, ese buen vino que con el
tiempo sólo puede mejorar.
Un
recuerdo en estos tiempos de desmemoria, su regreso al Nou Camp. Todos
los espectadores, de pie, le aplaudieron a rabiar cuando fue sustituido.
El azar quiso que ese partido acabase con triunfo del R. Valladolid,
naturalmente el gol lo marco él.
Nadó
contracorriente y lejos de ahogarse nos ha dado quinientas lecciones.
Hemos disfrutado del fútbol y hemos aprendido a vivir. Gracias.
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