Durante
los meses de verano mi cerebro tartamudea, se atasca y me cuesta Dios y
ayuda hilvanar palabras que, constreñidas en el blanco del folio, den
vida a estos retales que tras cada martes se mudarán en guiñapo para
adecentar cristal, cargamento de contenedor o sudario de bocata.
Escarbo
en busca de un cobijo en que refrescar mis neuronas en las infinitas
tardes del estío mesetario. Pero hasta los libros están de vacaciones.
La biblioteca cerrada desde las tres muestra un semblante de palacio
fantasmal; como si de repente todos hubiéramos muerto, como si nadie
trabajase por las mañanas y necesitase el refugio vespertino de los
libros que allí se prestan. Foco cultural cerrado por vacaciones. Sigo
caminando.
Hasta
andar cansa, me siento en una terraza. Un café con hielo y un periódico
mitigan el sopor. Me topo con la programación del cine al aire libre
que se proyecta en San Benito. Otrora imprescindible propuesta que ahora
agoniza. Buenas películas, sin duda, pero recién proyectadas en las
salas comerciales. Garantizan el éxito de público, pero desecan el oasis
en el que beber algo distinto, en el que pescar películas de otros
sitios o de otras épocas. Foco abierto pero ¿cultural? Pondremos cara de
Bogart “siempre nos quedará la Seminci”.
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