lunes, 9 de febrero de 2009

TARDE CON AROMA DE COCIDO EN LA LUMBRE

Cuando las vacas eran vacas, antes de que la burocracia las encarcelase, cuando la cocina no se deconstruía, el cocido bullía en la lumbre y se jugaba al fútbol así. Con los ingredientes justos y de sobra conocidos, sin exquisiteces ni luces de neón, se elaboraba un mismo sabor que se ofrecía día tras día y cada día parecía distinto. Ayer Zorrilla disfrutó con uno de esos espectáculos que retrotraen a aquellos días en que éramos algo más jóvenes. Un partido recio, sin alardes pero sin concesiones, un muestrario de valores del viejo fútbol. Hubo algún detalle esporádico de calidad -los taconazos de Goitom- pero el resto se resume en orden, disciplina, esfuerzo y pierna dura. Un espectáculo al que acompañó, además, la grada. El Athletic es un clásico, con el Barça y el Madrid conforma el trío de equipos que han participado en todas las ediciones de la liga, y su afición merece que siga siendo así. El ambiente previo en la ciudad y el colorido del estadio muestran la verdadera dimensión del mayor espectáculo del mundo cuando lo entendemos simplemente como lo que es: un espectáculo. La pasión que retroalimenta a jugadores y aficionados tiene que ser condimento para el gozo y no excusa para la violencia que tantas veces lastra la imagen del fútbol.
Hubo, eso sí, dos factores que desentonaron: Yeste y Paradas Romero. El primero es uno de los jugadores con más clase del fútbol español, por sus condiciones podría ser uno más de los miembros de la lustrosa lista de los Iniesta, Xavi, Silva o Cesc. Pero su cabeza está en otro nivel. La incapacidad para controlar los impulsos, lo que viene a indicar su escasa implicación con el juego, ha cercenado la carrera de un futbolista que será mucho menos de lo que podría haber sido, el empujón en el último minuto a Sesma evitó la última posibilidad de ataque de su equipo y le impedirá jugar el próximo encuentro. El segundo mostró la peor faceta de cualquier juez: fue injusto sabiendo que lo era. En vez de asumir un error -el penalti pitado a favor del Valladolid- intentó compensar y erró dos veces. Su concierto de pito al final del partido sonaba como el triste chirriar de la Santa Compaña. Quería purgar su pena y perdió el respeto que a sí mismo se debe.
En un partido de fútbol norteño, donde se exigía tanta implicación, el Valladolid salió victorioso. Es lo mejor que se puede decir y no es poco. Supieron ganarse un cocido que sabe como siempre supo el cocido.

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