jueves, 26 de noviembre de 2015

TRAGEDIA Y TRÁGICA FARSA


Existe una práctica unanimidad, entre los que han estudiado aquellos años, en trazar un hilo que une el Tratado de Versalles y el ascenso del Partido Nazi al poder en Alemania. Aquel tratado con el que se oficializó el fin de la I Guerra Mundial impuso unas condiciones leoninas a la derrotada Alemania, hasta el punto de socavar cualquier esperanza de recuperación. Un caldo de cultivo ideal para que un discurso amparado en el odio pudiera incubar. E incubó hasta que no hubo remedio. La historia –ya dejó escrito K. Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte- se repite dos veces, primero como tragedia, después como farsa. Lo cierto es que, en esta segunda ocasión, el nazismo llega de oriente y allí es, sobre todo, donde perpetra sus felonías.

Mientras, de lo que acontece en aquellos lares, solo nos interesamos cuando repercute golpeando de súbito en nuestra anestesiada burbuja occidental. Entonces se nos queda cara de no entender, culpamos a generalidades que -de heterogéneas- no existen como tales y, en nuestra inconsciencia, exigimos una respuesta inmediata que impida que algo similar se vuelva a repetir. Olvidamos otro hilo versallesco, el que conduce desde los años ochenta en Afganistán hasta los atentados de París. Desde entonces ‘occidente‘ ha armado a grupos fundamentalistas por puro interés coyuntural bajo aquella falaz lógica de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Hoy se revuelven en contra.
En medio, y en nombre de una lucha contra el terrorismo islámico que escondía sin mucho disimulo una voluntad imperial, fueron cayendo arrasados, uno tras otro, de Irak a Siria, todos los gobiernos laicos de países de mayoría musulmana. Sin embargo, los que financian la expansión de la visión fascista de unas doctrinas religiosas siguen siendo considerados nuestros aliados. Al fin y al cabo mangonean con el petróleo en favor de los intereses de las grandes compañías. 

Recrearse en discursos que inciden en la maldad de los otros carece de sentido, es como llamar ladrón al que te roba el bolso, puede relajar, pero de nada sirve. Más nos valdría pensar de dónde ha brotado tanto odio. Hemos generado miseria y, vaya, han surgido miserables que, en una maldita secuela, protagonizan una trágica farsa.


Publicado en "El Norte de Castilla" el 26-11-2015

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