jueves, 10 de mayo de 2018

LA FRONTERA ENTRE EL ASESINO Y EL HÉROE

Imagen tomada de laprovincia.es
La historia con demasiada frecuencia nos muestra que la diferencia entre un héroe y un vil asesino la traza el hecho de vencer o salir derrotado, de conseguir o no los propósitos en que ambos se escudaron para legitimar el ejercicio de su violencia. Por desgracia, esta violencia se mantiene –casi siempre- hasta que uno, el héroe, consigue el triunfo y, el otro, el villano, es derrotado.
Los etarras que han escenificado el final de una trayectoria que la realidad multicausal ya había puesto coto no han hecho otra cosa que rubricar el acuse de recibo de su ya descontada derrota. El hecho se produjo en medio de un generalizado desprecio -bien desprecio como tal, bien indiferencia- provocado en mayor medida por su fracaso que por los medios utilizados para conseguir sus fines. Imaginen que el epílogo hubiera sido diferente, que sus aspiraciones hubieran logrado imponerse. Hoy serían héroes, padres de la patria, mártires que sacrificaron su vida en pos de un sueño, cuyas biografías vendrían honradas con grandes letras, cuyos nombres figurarían enorgullecidos en las placas que nos avisan de la denominación de plazas y calles. Y eso hubiera sido así aunque su ignominiosa lista de cadáveres no se hubiera agotado en los mil, sino que hubiese llegado a los cientos de miles.

De la misma manera, y por ello, hay víctimas y víctimas. Mejor dicho, ya que entre difuntos no cabe la diferencia entre vencedor y vencido, herederos de víctimas del ala triunfante y herederos de víctimas del bando subyugado. Los unos se sentirán en disposición de exigir y diseminarán su olvido o su perdón en función de su propia voluntad. En medio de una justificada tristeza por la irreparable pérdida de un ser querido, podrán blandir un cierto orgullo. Los otros, cabizbajos y doblemente humillados, tendrán que esconder su dolor como si fuera una parte más de su miseria. Sus deudos cargarán, por el peso de la historia oficial escrita por los vencedores, con el eterno estigma de la maldad. Su discurso fue, al fin y al cabo, reprobado con la derrota. Los reproches éticos al batido son un privilegio del bando que se impone en la contienda.   
Precisamente, si cabe una reflexión que nos permita salir de esta espiral, esta debe centrarse en separar medios de fines. Esto nos conduciría a detestar unos medios, puestos en práctica por los que sintamos más ajenos o más propios, y, en paralelo, estar abiertos a discutir de todos los fines. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 10-05-2018

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