jueves, 28 de junio de 2018

LA EFÍMERA ILUSIÓN DEL VERANO

Imagen tomada de fotourbana.com

Mis padres llevan unos días con la sonrisa puesta. Una sonrisa que se habrá borrado allá por el veintitantos de agosto. Será por aquellas fechas cuando mi madre me llame, o la llame yo a ella, y en su voz sentiré de nuevo su pesar, el mismo que el del año pasado, que el del anterior o que el del otro, al poner el pie sobre idénticas páginas del calendario. El sol para entonces habrá frenado su ímpetu, se acostará visiblemente más temprano; el cereal habrá desaparecido de la vista, ya dormirá almacenado, mientras la uva aguardará impaciente el momento de su recolecta. El verde castellano será ya un recuerdo y una esperanza; el amarillo, ese paisaje tórridamente pajizo en el que, hasta visto en foto, resuena el canto de las chicharras, caerá en breve derrotado por el marrón otoñal. La jarana habrá cesado, el telón de las fiestas habrá caído, la ausencia de ruido revelará la presencia de un futuro imperfecto.

La misma línea que divide el año climático en nueve meses de invierno y tres de infierno separa, a su manera, dos tipos de latidos del corazón: a un lado, el brioso  toctoctoc de un calor que, más que infierno, retoña falsamente la vida; al otro, el toc toc quieto del interminable frío invernal. Probablemente la chavalería no será consciente de la tristeza que deja tras los besos de despedida.
Una lágrima, real o metafórica, surcara entre los pliegues de la mejilla de una abuela, la de mi hijo, cuando me llame, o la llame yo a ella, le pregunte que qué tal y me diga, por no sé qué vez, que un poco triste porque los coches han empezado a desfilar, en la calle no se cruzará con casi nadie y en casa, ¡ay, en casa! el silencio será el sonido más habitual.
Ahora, sin embargo, la cara y su tono de voz les delatan, disfrutan ansiosos esperando el momento en que la casa vuelva a estar patas arriba, en que la puerta de la calle se abra y se cierre continuamente, en que el pasillo se llene de voces y la mesa, de platos. En breve sonará el timbre y abrirán la puerta al verano, a los nietos, a ellos mismos redivivos. Aunque solo sea por un par de meses, que lo disfruten, lo merecen, siempre hicieron más de lo que les correspondía. Millones de gracias.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 28-06-2018

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