viernes, 1 de noviembre de 2019

AMENAZAS Y CONSUELOS

Tengo cáncer, o lo tuve, que ya no sé cómo se debe decir. Me enteré hace trece meses. Hace doce, justo un año el pasado sábado, me abrieron de par en par; en el quirófano quedó el riñón derecho con su uréter correspondiente. No sé cómo será, ni siquiera si será, el mañana. Tampoco lo sabe nadie entre los que no han recibido este preaviso, en esta discoteca todos bailamos sin saber cuándo dejaremos de escuchar la música.
Habrá muchas más, pero así a bote pronto, se me ocurren un par de diferencias entre los picados y los no picados por el bicho. De un lado, la estadística: si nos controlan tanto es porque los datos informan de que es más probable una segunda parte o un remake que el estreno de una nueva obra. Que nuestro cuerpo ya es terreno conquistado y, como Polonia, parece que está más expuesto a una nueva conquista que los territorios vírgenes. De otro, pasamos de la ‘incertidumbre de la seguridad’ - solo la razón aportaba zozobra a nuestro seguro caminar; estábamos vitalmente muy lejos de una experiencia que nos enfrentase de forma tan nítida al posible fin de nuestros días- a la ‘seguridad de la incertidumbre’, a solo tener claro que ¡quién sabe!
A los dos días de aquella operación, estando yo aún en el hospital, claro, las calles de Valladolid se llenaron de camisetas verdes. Un año después, el domingo pasado, corregida y aumentada, se han repetido escena y escenario. Cerca de 60.000 personas marcharon, es un decir, contra el cáncer. Me sabe a mucho y no me sabe a nada. Me regocija en la parte empática, en saber que como sociedad se ha entendido la potencial crudeza del cáncer, el vacío que genera, la angustia que produce. Se ha comprendido que hacen falta medios, que los avances son sustantivos pero nunca suficientes. Me preocupa, sin embargo, que la marcha ejerza de relajante, que sintamos que con mostrar rechazo público a una enfermedad hemos cumplido. Y no. Contra el cáncer no valen marchas ni batucadas. Comprendiendo el abrazo de las 60.000, me amenaza más saber de la precariedad, por ejemplo, de la Unidad de Ictus del Clínico, que lo que me consuelan los globos verdes en el aire.



Publicado en "El Norte de Castilla" el 31.10-2019

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