viernes, 8 de noviembre de 2019

NOVIEMBRE DE 2019

La ciencia ficción tiene tanto de ficción como poco de ciencia. Lo que en los productos de este género se narra se sustenta en la pura especulación, nada de lo que se aparta de la materialidad científica actual está testado ni sujeto a método alguno. La solidez de los relatos depende únicamente de la verosimilitud que el autor sea capaz de transmitir. Dentro de este ámbito, me resultan especialmente interesantes las distopías, las obras cuyo ámbito de especulación son las realidades potenciales. Y entre ellas, las que escritas antaño, relatan hogaño: las que nos permiten comparar el grado de coincidencia entre la realidad y lo ficcionado. 
Llegó 1984 y fue alabada la lucidez de Orwell. No siendo la misma, la sociedad imaginada por el autor británico atinó en muchos sentidos -la neolengua,  policía del pensamiento o la posibilidad de vigilancia permanente- con la dirección que tomaría nuestra real realidad.
Llegó 2001 sin alcanzar Júpiter, sin odiseas en el espacio. Entendimos sin embargo que había un hilo que conectaba los humanos del pasado con los del futuro, una capacidad valedora de nuestra humanidad, una destreza que no nos convierte, ni de lejos, en seres perfectos pero que nos permite caminar: la inteligencia.
Llega noviembre de 2019. Mes y año en que Ridley Scott situó, allá por los tiempos del Naranjito, su Blade Runner. Vista con los ojos de hoy, podríamos discutir sobre si habitamos más o menos cerca de aquella conjetura: la ficción nos adentra en una sociedad oscura, desasosegante, apocalíptica, eminentemente urbana.
Cuando regreso a cualquiera de ellas, todas me suscitan una sensación similar: la de asumir que la visión del futurible nos aterra tan solo porque existe una distancia temporal enorme entre el momento en que se presenta la obra y los tiempos en que se desarrolla la realidad que se pretende reflejar. Que si el camino lo hubiésemos transitado paso a paso, esa misma realidad la entenderíamos como ‘lo normal’. No es lo mismo noviembre de 2019 desde 1982 que desde el 31 de octubre de este mismo año. El presente imaginado para dentro de 37 años será siempre menos soportable que un presente idéntico al que se haya llegado desde el día anterior. Cucharadita a cucharadita, nos metemos el plato entre pecho y espalda. Responsabilidad, lo llaman.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 07-10-2019

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