miércoles, 19 de mayo de 2021

ANTES Y DESPUÉS

El tiempo no tiene intención de detenerse. Así, a lo tonto, han pasado 10 años desde que a mediados de mayo de 2011 un puñado de plazas urbanas se convirtiera en espacio indefinido de protesta. Indefinido en el tiempo -no constaba un fin de los asentamientos- y en los anhelos y esperanzas de los miles de personas que alzaron su voz –al fin y al cabo, la indignación que servía de amalgama responde a lo que se refuta, no presenta una alternativa-. Mucho se ha escrito de lo que fue y lo que supuso. No faltan textos que lo elevan casi al nivel histórico de un posmoderno 1789 francés. Otros denotan que la intensa puesta en escena se difuminó hasta perder los perfiles iniciales. Alguno lo presenta con los rasgos etéreos del valentón protagonista de un soneto cervantino “miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Y no puede faltar un  buen puñado de miembros de la generación que descubrió entonces las perfidias del mundo adulto, estos acrecientan el valor del hecho hasta definirlo como un hito fundamental en la historia, sin ser conscientes de que lo fue, pero en la suya particular. Son relatos de ritos iniciáticos que elevan a sus protagonistas a la categoría de héroes.

De una u otra manera, con la importancia que haya tenido o dejado de tener, era un despertar necesario tras la hecatombe inmobiliaria. Un despertar que, al mostrar nuestras carencias, nos ensimismó la mirada. Si hasta entonces, cualquier respuesta -acampadas del 0,7, insumisión, oposición a la guerra de Irak…- levantaba la vista y miraba hacia afuera, el 15-M orientó la mirada demasiado hacia dentro.

Por desgracia, muchas de las noticias más dramáticas que vienen desde fuera podrían ser de antes del 15-M. Como escaparates de la incapacidad humana. Como si no se pudiera hacer nada. 


Publicado en "El Norte de Castilla" el 19-05-2021

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