jueves, 31 de octubre de 2013

EQUIPO EN ORDEN


Con la cena sin apenas digerir, en cuanto hayamos comido la última uva al ritmo del reloj de la Puerta del Sol, se cumplirá el medio siglo de aquella sarta de astracanadas englobadas en el infamante título de ‘Veinticinco años de paz’ que fueron ideadas y dirigidas por Manuel Fraga para que sirvieran como un panegírico del régimen franquista. Con los cuerpos aún calientes del fusilado Julián Grimau y de Francisco Granados y Joaquín Delgado pasados por el garrote vil, con el Siniestro Tribunal de Orden Público recién parido, el entonces ministro de Información y Turismo hizo suyo el encargo de ofrecer ante la ciudadanía (la propia y la exterior) una cara amable de la dictadura. Barrida durante la guerra la España republicana, silenciados en la posguerra los rescoldos de oposición, se hacía necesario esgrimir una sonrisa y dirigir un verbo conciliador que escondiera los cadáveres bajo la alfombra.
Ahora, el régimen, podía presumir de paz interna y vender las bondades de este ‘nuevo país’ en la vieja Europa. Bondades que se englobaban en una palabra: el orden. España era ahora un país ordenado. No les faltaba razón, nadie podía traspasar las líneas impuestas. Habrá quien añore ese tipo de sociedad-cuartel en la que el miedo es la primera emoción del resto, pero para ese resto el día a día de silencio y de ficción se convierte en insoportable. Como contrapunto de esta concepción claustrófobica de las calles están aquellas sociedades en las que sus miembros respetan unos principios básicos y asumidos de forma colectiva, pero además pueden vivir en libertad. Se podría hablar de sociedades con orden. Y es que con la misma palabra se pueden definir realidades casi antagónicas. El Real Valladolid que jugó ayer la primera parte (podría repetir lo dicho hace un par de jornadas frente al Sevilla) era un equipo ordenado. Cada cual estaba en su sitio, ninguno rehuía de sus responsabilidades, pero no había más plan que el de balón adelante y que ‘sea lo que Dios quiera’. Plan que vale si el rival no te marca o si, como frente al Rayo Vallecano, el rival te engalana el camino. Ayer no se dio ninguno de los casos y Javi Baraja fue el señalado por la grada como responsable de la hecatombe que parecía avecinarse. Pero él no puede tener culpa de no hacer algo que no sabe hacer. El capitán es un digno jugador pero no puede ser el arquitecto de un equipo que, además, tiene al único delineante aquejado de algo. El Valladolid que apareció tras el descanso ya era un equipo con orden. Álvaro Rubio tiene calidad en sus botas y fútbol en su cabeza y un plan en la cartera. Se ubicó en una zona del campo que debería llevar su nombre cuando se jubile, perdió un balón y algún ¿aficionado? le llamó abuelo. Siguió a lo suyo. Buscaba al compañero mejor dispuesto para que desplegara sus cualidades, acompañaba para generar superioridades y, sobre todo, hacía que sus compañeros perdieran el miedo. Ahora podían pasear libremente por el campo como ciudadanos responsables. Como si fuera un deja vu, como si ya conociésemos el resultado, el balón fluía con la naturalidad con la que caen los cuerpos. Llegó el empate que pudo haber sido mucho más si llega a entrar ese maldito penalti, pero nuestras caras apuntaban a sonrisa. La del orden, no la de los ordenados.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 31-10-2013

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