miércoles, 24 de mayo de 2023

AQUELLA PRIMERA VEZ


Aquel 15 de junio de 1989, las gentes del pueblo rondaban la puerta del ayuntamiento esperando el cierre de la mesa electoral para poder entrar y asistir expectantes al recuento. Rasueros bullía, podía bullir, aún lo habitaban cuatrocientas de las más de mil personas que fueron en el año cincuenta. Ahora, lágrima, en invierno, ni cien pese a que el censo, por desidias o apego, diga que alguna más. Bullía, digo, eran unas elecciones al Parlamento Europeo, tampoco teníamos muy claro para qué servían, pero el derecho al voto apenas había cumplido la decena de años y constatar que Rasueros también era Europa nos lucía más altos, más guapos... Y eso que dos años antes ya hubo otras similares: estas marcaron la tardía incorporación de España a la Comunidad, aquellas supusieron la puesta al día. En estas no pude votar, en las del 89 ya había adquirido la condición constitucional de adulto y debuté.
Comenzó el escrutinio. Se abría un sobre, el presidente lo mostraba y voceaba alternativamente “pepé” –la Alianza Popular recién había cambiado el nombre–, “pesoe” o “cedeese” –Rasueros es Ávila y Suárez allí era Suárez”. Las medio sonrisas y los enojos se repartían y turnaban en la sala. Esporádicamente sonaba un “Izquierda Unida”, algún carraspeo, pero ningún desconcierto; en los pueblos pequeños todos los votos llevan firma. ¿Todos? De repente, una cierta confusión. “Izq, izqui, –balbucía el presidente–, izquierda de los pueblos”. Miradas, murmullos, estupor. Hasta que levanté la mano y vociferé “no le deis más vueltas, he sido yo”. La carcajada resonó unánime en toda la sala. ¿Unánime? Bueno, la mirada de mis padres fue una mezcla de cabreo tipo ‘le daría una…’ con el resignado desespero de ‘no sé qué hacer con él’. Eso sí, por lo escuchado después, no se puede decir que a nadie le sorprendiera, siempre dejé claro que me gustaba más el orden del caos que el caos del orden.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 23-05-2023

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