lunes, 1 de mayo de 2023

UN INESPERADO GIRO ARGUMENTAL

Las referencias a nuestro pasado son inevitables. Una tendencia innata nos induce a comparar lo nuevo que se presenta ante nuestros ojos con nuestro panorama rutinario. «Fíjate, de saltar el Trabancos a pasear al lado del Pisuerga, ¡dónde va a parar!» o «los edificios de viviendas son más altos que la torre de la iglesia». Ahora, por más bares a los que acudía, los callos de ninguno conseguían borrar mi reseña cerebral de los que servía Nieves los domingos después de misa. Tiempo después paseas por Barcelona o Madrid y se te vuelven diminutos los antaño imponentes edificios vallisoletanos o estrecho y corto el mismo Paseo de Zorrilla ante el que no hacía tanto tus ojos se abrían como un par de lagos de Sanabria.

De la misma forma, la ciudad futbolera aún anda parangonando al técnico flamante con el Pacheta que se había convertido en nuestro paisaje corriente. El proceso durará unos partidillos, hasta que aquel se haya convertido tan solo en un recuerdo y Pezzolano se configure en nuestro horizonte cotidiano. Y así, inevitablemente, hasta la próxima muda en el banquillo. Tras cuatro atisbos que sirvieron para ir acostumbrándonos al porvenir, de repente, el pasado nos abordó como si en mi quinto día en Pucela hubiera callejeado por el barrio de Girón. En blanco y con una iglesia más fea –habría pensado–, pero Valladolid al final no es tan diferente de Rasueros. De repente, decía, ante el Atleti creí (me atrevo a añadir un 'mos') que estábamos volviendo a ver el encuentro de la primera vuelta. Veinte minutos de nada blanquivioleta en los que se intuía a los rojiblancos afilarse las uñas y, «en lo que se 'presina' un cura loco,» que diría mi madre, un, dos, tres, juego terminado es. Lo mismito allí y aquí. Un 'dos', dicho sea de paso, en el que el infortunio arrulló de nuevo a un Masip que parece haber arrugado su capa de superhéroe. En este 'déjà vu' asumíamos que el número final de perillos con los que se habría de rellenar esta vez la saca dependería sin más de la condescendencia colchonera. Entonces parecieron saciados, no sintieron necesidad de más bocados. Esperaron calmados que cayera la tarde.

Casi rezábamos para que la sangría no fuera a más, para que tuvieran a bien dejar las cosas como estaban, para que decidieran reservar las fuerzas con que batallar en lides venideras. Pero el guionista del destino –uno mismo, al final– había escrito un giro argumental. No sé si espoleados por un gol aparecido gracias al disparate del ex Hermoso, avergonzados ante una afición que exigía al menos dignidad, azuzados en el intermedio por el iracundo Pezzolano, el Pucela quiso, creyó y pudo haber volteado la malaventura impuesta por el fatalismo. El acceso de rebeldía conformó una epopeya tan inconclusa como la catedral, pero aportó un espasmo de ilusión, un arrebato de armonía, el afán al sentir el latido de la vida. Un 2-3, de haber acabado ahí, partiendo del inicial varapalo, con ser derrota, habría dejado el paladar endulzado; molesto, pero grato. Total, vamos ahora con mi padre, «cagajones con miel, saben bien». Aunque no alimenten, añado yo. El triste epílogo apenas tiene fuerza para modificar esta sensación: los dos goles finales suenan como el canto a la desesperación, un 'de perdidos, al río' que empapó el marcador.

Coda: unas semanas atrás, en esta misma ventana, planteé una reflexión sobre el modelo de arbitraje actual en un artículo al que titulé 'Las quinientas integrales'. Comentaba entonces que, para ejercer su labor, los árbitros han sustituido el conocimiento del juego por la patética memorización de una serie de protocolos que les sirve de coartada. No sé si merece la pena darlo más vueltas.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 01-05-2023

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