sábado, 6 de mayo de 2023

LÁZARO Y VICEVERSA

Ay, las sensaciones; si por las sensaciones de ahora mismo fuera. Menos mal que nos medio apacigua la certeza tomasiana: el haber visto a este muerto futbolístico alzarse, sacudirse el polvo de la pechera y caminar como si antes nada hubiera ocurrido; el haber tentado clasificatoriamente unas carnes recias que dos semanas atrás hedían putrefactas. Claro, en paralelo hemos sufrido el dolor del 'no puede ser' al constatar estruendosos síncopes, aparatosos desvanecimientos, arrebatados prolapsos, súbitos infartos, en un Pucela galán que parecía trotar con apostura tras haber dejado aparentemente muy atrás los peligros de los que huía. El propio Pezzolano, antes de averiguar cómo se las gasta aquí el invierno, cuando aún no ha completado el listado de los rincones emblemáticos –¿habrá paseado ya por el Viejo Coso?– de la ciudad pendientes de descubrir, ya ha comprobado que aquí no es recomendable caminar con la cresta muy subida ni –salvo que seas un pavo del Campo Grande– lucir altanero el penacho por haber vencido consecutivamente al quinto y al séptimo clasificado. Pim, pam, pum, tres derrotas consecutivas y a tiro del abismo.
Nos medio estimula, ya digo, sabernos protagonistas, de esos alborotos emocionales. Al menos, como clavo al que agarrarnos. De lo contrario, la deriva de este equipo nos arrastraría a la desilusión: nadie discutiría que la plaza por otorgar en el triste concurso del descenso nos correspondería. Digo 'una' porque si consideramos la posibilidad de que el Espanyol se salve, la condena adquiriría carácter de ineludible. Así, con la esperanza en cabestrillo, con la fe múltiplemente maltrecha, abriremos el libro de plegarias para encomendarnos a las alturas: si pudieron, podrán, si ya resucitaron otras veces –muertos y enterrados tras cinco derrotas consecutivas–, ¿por qué no se va a repetir esta vez?

Y volveremos a creer, al menos hasta la próxima andanada, que, de ser, ya no dejaría mucho margen de remisión pues la temporada colea. La paradoja del tiempo, las horas (los partidos) se convierten en eternos y la vida (la temporada) se escapa en un periquete. Creer, porque los hechos no impelen a confiar. La vulnerabilidad han tomado cuerpo por partida doble: la defensa se remueve temblorosa y el centro del campo se agita transparente. O al revés. Pezzolano mueve a Hongla de la zaga al medio pretendiendo cubrir las carencias del lugar al que le envía cuando, en realidad, aumenta el boquete del espacio que abandona. Ni hay dos Honglas ni se puede jugar con doce. Tampoco contamos con otro Amallah. Hueco, hueco, hueco. Golpes y mandíbula de cristal.

Tres partidos vareados –síncope, desvanecimiento, prolapso, infarto– después de otros tres de puntuar en estampida. A tres partidos en que percibimos (quisimos percibir) un avance con la llegada del nuevo entrenador, suceden de nítida regresión. El optimismo nos gira la cabeza para repasar los primeros con la certidumbre de que la racha actual es un accidente pasajero, un paso atrás para tomar impulso; el pesimismo nos conmina a temer que la doble zeta de PeZZolano emule el sonido de la gaseosa al abrir la botella.

La especulación va más allá, esta etapa de la temporada las propicia. Analizamos los rivales, su fortaleza, su necesidad. Y ahí nos posee una alegría: el próximo rival es un Sevilla fortalecido pero más pendiente de otras cuitas. Sin tensión para lo bueno y lo malo. Tal vez ayude recordarles que nada tienen que perder, distraerles un poco, ablandarles. Ahí, el eslabón más débil es Mendilibar. A la afición pucelana corresponde cargarse de buenos recuerdos para aplaudirle a rabiar, homenajearle, vitorearle... sacarle una lagrimilla. Y quizá...

Publicado en "El Norte de Castilla" el 6-5-2023

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