lunes, 5 de junio de 2023

A LOS HECHOS ME REPITO

Había comenzado este texto con un lacónico «No pudo ser», pero lo borré de inmediato. Esas tres palabras me transmitían falsedad, me generaban desazón, resonaban como una grosera excusa dispuesta a difuminar en el territorio de lo impersonal el discurrir de un curso mayormente desolador, al menos desde su reinicio tras un intempestivo Mundial. Borré «No pudo ser», no tenía sentido cuando, una y otra y otra vez, sí pudo ser. Pudo ser pero no, no fue, «no se logró» y conviene tener en cuenta que a la fatalidad no le corresponde responsabilidad alguna en este desenlace. De nada sirven coartadas victimistas, posean o no sustancia, básicamente porque el objetivo siempre estuvo a mano y se dejó escapar por pura impericia. De nada sirve el subterfugio de lamentar el cúmulo de mala suerte porque se han desaguado puntos por pura medrosía. Perder un punto o dos cuando un partido está a punto de concluir puede ser considerado un infortunio; dos veces, una malaventura... tantas como le ha sucedido al Pucela no se puede amparar en los hados.
El fútbol, además de talento, preparación física, técnica y táctica requiere, y cada vez en mayor medida, un carácter que amalgame, refuerce y dote de consistencia a todo lo demás al modo de la masa de la pizza sobre la que se colocan los distintos ingredientes. Y de eso, se quiera o no, lleva años careciendo el Pucela. La película de esta temporada, al final, se incorpora como último capítulo, por ahora, de una serie aburrida y predecible de descensos. Una y otra vez renace la ilusión para volver a dar rienda suelta a los peores presagios que, de forma inexorable, se cumplen.

Al Pucela le empieza a cuadrar aquel intento de frase hecha de Manuel Manquiña en 'Airbag' que –por una genialidad del autor, un lapsus del actor incorporado al guion o algo escuchado en alguna tasca y recogido en una libreta– se estropeó para mejorarse: «A los hechos me repito». Y se repite una y otra vez. El ejemplo de este cierre de temporada es paradigmático. Tras imponerse al pseudoBarça, contaba con dos partidos para redimirse. En ambos se jugaba más que los rivales que, aun participando de la misma pelea, contaban con mayor margen de maniobra. Es fútbol, se puede perder.

Sorprende la frialdad mostrada, el juego atemperado esperando un agasajo externo para dar por concluida la tarea. Dos partidos vitales, ni una ocasión digna de tal nombre. En el último, tras la noticia del resultado del Almería –derrota momentánea que unida al empate propio serviría para lograr la permanencia– el equipo pareció achantarse, jugar más pendiente de no errar por si acaso que de buscar el gol que podría hacer falta. Por dos veces.

Hace dos años, bajamos, se escuchaba, por no haber despedido a Sergio a tiempo. Ahora, pese a haber cambiado a Pacheta, ha ocurrido lo mismo. A este respecto, no hay reglas. El fondo de este Pucela tiene más de idiosincrasia que del técnico en concreto.

Consumado el descenso, llorado el abandono de la primera línea del fútbol español, solo cabe vivir el camino del retorno. Acompañar al equipo en el ascenso la próxima temporada es lo mejor que futbolísticamente nos puede ocurrir; lo segundo mejor, lamentar no abandonar la Segunda; lo tercero mejor, maldecir el descenso a Segunda B o como quiera que ahora se denomine. Lo que sea que ocurra, pero verlo y vivirlo. Triunfar, fracasar y volverlo a intentar, hundirse en los abismos pero sacar fuerza de donde no las hay para poder asomar la cabeza. La vida que se vive. La que se escapa. La sufrida y gozada. Como padre, como hijo, como amigo, como...

Que Valladolid sonría. Todo pasa. También las lágrimas. Feliz verano.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-06-2023

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